Por Kayla Buxton, Coordinadora de Programas, Centro de Ecoespiritualidad de la Misericordia
Esta historia es la segunda de una serie que destaca cómo las Hermanas de la Misericordia están abordando los siete objetivos de la Plataforma de Acción Laudato Si’ del Papa Francisco.
Me interesa saber cómo esa espiritualidad [ecológica] puede motivarnos a una preocupación más apasionada por la protección de nuestro mundo
Laudato Si’, párrafo 214
Me acogieron en la familia de las Hermanas de la Misericordia sólo unos meses antes de que comenzara la pandemia y pronto me encontré anclada en la tierra de la que ahora me siento responsable en el Centro de Ecoespiritualidad de la Misericordia una granja y sitio de educación ecológica de 39 acres en Benson, Vermont.
Los últimos años han traído consigo muchas emociones, muchas de ellas nuevas y complejas. Sólo encontré consuelo trabajando en el exterior. Mientras cavaba, plantaba y escardaba, la tierra absorbía mis lágrimas sin juzgarlas. Mientras mi cuerpo se movía, sudaba y se dolía, los árboles me ofrecían viento y sombra para descansar. Los conejos ponían a prueba mi paciencia con su voraz apetito, las abejas me recordaban constantemente lo crucial que era estar presente, y el arroyo me sostenía en los días en que todo era demasiado. Conscientemente sabía que pasaba tiempo atendiendo a todos ellos, pero poco a poco empecé a darme cuenta de que ellos también me atendían a mí. Como escribió Robin Wall Kimmerer en su libro Trenzar la hierba dulce, «La tierra te conoce, incluso cuando estás perdida».
A medida que las estaciones cambian y en el hemisferio norte salimos de otro invierno COVID, he estado pensando en el lugar, en cómo vivir auténticamente desde nuestras raíces y en lo que nos ocurre cuando construimos una relación con la tierra que llamamos hogar. Mientras escribo este ensayo en nuestra capilla, mirando el Jardín de la Paz que se despierta lentamente, hay una nube siempre cambiante de abejas, llamadas abejas celofanas desiguales (Colletes inaequalis), que se cierne justo encima del jardín. Las abejas, apoyadas por la Tierra y trabajando en armonía junto a otros polinizadores, actúan desde un lugar tanto de instinto como de intuición; sienten de forma innata su conexión con la tierra y, al buscar fuentes de alimento para asegurar su futuro, también llevan consigo nuestro delicado futuro.
Me gusta pensar que, de forma similar, a través de prácticas como la jardinería orgánica y la agricultura sin tratamientos, alimentando las poblaciones de plantas autóctonas y eligiendo la energía renovable, hacemos crecer en nuestro interior una espiritualidad centrada en la Tierra. Al practicar esta espiritualidad ecológica, esta forma de estar en el mundo, se nos recuerda cómo alimentar y difundir la paz y la sanación. Porque al reconectar con nuestra intuición e interdependencia a través de una relación íntima con la Tierra, nosotros, como nuestros vecinos polinizadores, podemos cambiar el rumbo para llevarnos a todos hacia un futuro más brillante.
Preguntas para la reflexión: ¿Cómo sería el mundo si cada persona empezara a prestar más atención a los lugares en los que nos encontramos? ¿Cómo serían nuestras relaciones si las cuidáramos como la Tierra nos cuida a nosotros?