Por Adelaida Eduvala Asociada de la Misericordia y profesora de la Guardería Católica Mercy Heights en Perezville-Tamuning, Guam
La Venerable Catalina McAuley fue quien diseñó la Cruz de la Misericordia original: un fondo oscuro con una cruz blanca en el centro. Eligió este símbolo de las Hermanas de la Misericordia expresando su profundo amor a Jesús crucificado. La cruz no exhibe la figura de Jesús porque ella creía que cada Hermana de la Misericordia se coloca en la cruz para ser como Él.
Catalina era una mujer humilde con un profundo amor a Dios y al prójimo que dedicó a Dios sus dones. No es casualidad que a mí me atrajera el carisma de las Hermanas de la Misericordia. Me gusta mucho ser maestra y asociada de la Misericordia porque, al igual que la Venerable Catalina McAuley, me da la oportunidad de utilizar los dones que me han sido concedidos para amar y servir al pueblo de Dios a través de los niños a los que enseño, futuros líderes de nuestra isla. Les enseño habilidades y conceptos esenciales, alimento su curiosidad y su posibilidad de maravillarse, cultivo habilidades e intereses, y les doy un sentido de identidad y propósito. Enseñar a estudiantes la fe católica ha reforzado mi conocimiento y mi relación con Dios. Puedo practicar y vivir mi fe a diario mediante la oración y el ejemplo.
La historia de Catalina me recuerda a otra mujer que utilizó los dones que Dios le dio para servir a los más pequeños y cuya vida me inspira como maestra de infantes.
El pasado mes de julio, Abebech Gobena murió de COVID-19 en Etiopía. Aunque no era muy conocida en el mundo occidental, era famosa en toda África por su labor caritativa. De hecho, tuvo un efecto tan profundo en la gente que se le llama la Madre Teresa de África. Su historia de fe es fascinante.
Todo comenzó cuando ella realizó un peregrinaje a Gishen Mariam, lugar sagrado en Etiopía en donde se venera un trozo de la cruz verdadera. En aquella época, Etiopía se encontraba en medio de una devastadora guerra civil que provocó una hambruna generalizada. Muchas personas murieron. Cuando volvía de la peregrinación, Abebech vio a mucha gente muriendo de hambre a lo largo de la carretera. Todo lo que tenía eran dos barras de pan y varios litros de agua bendita, que compartió con ellos.
Hubo una visión, en particular, que tocó su corazón profundamente y cambió su vida para siempre. Fue la de una bebé que yacía en el suelo intentando alimentarse del seno de su madre muerta. Conmovida, Abebech supo que no podía pasar de largo. Recogió a la niña y la llevó a su casa para criarla como propia.
Sabiendo el sufrimiento que había a su alrededor, Abebech no se conformó con salvar a una sola niña. Más tarde, volvió al campo para ayudar a más gente. En su camino, se encontró con un hombre que le pidió que se llevara a su hijo pequeño, al que ya no podía cuidar. Como había hecho antes, llevó al bebé a su casa.
Con el tiempo, llevó 21 niños a vivir con ella. La crianza de estos niños requirió muchos sacrificios; vendió todas sus posesiones e incluso rompió sus vestidos para hacerles ropa. Sin embargo, quería ayudar a más niños así fue como fundó un orfanato llamado AGOHELMA, que ha proporcionado alojamiento y educación a más de 12.000 niños.
Abebech Gobena atribuía a su fe en Dios el poder de ayudar a tanta gente. No es casualidad que su trabajo con niños huérfanos comenzara después de visitar un santuario dedicado a Jesús crucificado, donde contempló el gran amor que Él mostró en la cruz y su disposición a sufrir por los pecadores.
Las Hermanas de la Misericordia de las Américas continúan siguiendo las huellas de la Venerable Catalina McAuley. Estoy en solidaridad con todas las hermanas mientras me esfuerzo por dar testimonio del amor de Dios hecho realidad en nuestro mundo herido.