Francisco y Catalina: Rebeldes y profetas alegres para nuestro tiempo
Por Hermana Kelly Williams, RSM
Mientras enseñaba religión en secundaria, me encantaba la reacción de mis estudiantes ante el joven y rebelde Francisco de Asís, que no era mucho mayor que mis estudiantes cuando él se desnudó en la plaza del pueblo frente a su sorprendido padre, le devolvió sus finas ropas y renunció a los derechos de su herencia. Los ojos de mis estudiantes se abrían con incredulidad y asombro.
La belleza de San Francisco es que habla al rebelde en cada una/o de nosotras/os.
El ejemplo de Francisco atrae a personas de todas las edades. Por instinto sabemos cuándo algo no está bien y cuándo es el momento de enfrentarnos a figuras de autoridad o sistemas injustos.
San Francisco de Asís me inspira por las mismas razones que me impulsa la Venerable Catalina McAuley, fundadora de las Hermanas de la Misericordia. Al igual que Francisco, ella no tenía miedo de hacer que la gente se sintiera incómoda.
Catalina abrió su primera Casa de la Misericordia en Baggot Street, en uno de los barrios más ricos de Dublín, Irlanda. Ella sabía que las clases altas de Dublín se irritarían al ver a mujeres y niñas pobres entrar y salir de la casa. Pero, ella no estaba preocupada. Al igual que Francisco al abrazar a un leproso y a otros marginados, Catalina confiaba en que Dios le quitaría a ella «toda dolorosa ansiedad», mientras ella y sus hermanas cuidaban a las personas en los barrios marginados de Dublín que sufrían de cólera y otras enfermedades, viviendas miserables y falta de educación.
Catalina y Francisco fueron profetas de su tiempo. Su rol, su vocación, no era hacer que todas las personas se sintieran bien consigo mismas. Entendieron que, para lograr el Reino de Dios, tenían que sacudir a la Iglesia y la cultura complacientes y demasiado cómodas que les rodeaban.
Mientras celebramos la fiesta de San Francisco este mes, yo invito a todos a reflexionar sobre cómo respondemos a la incomodidad cuando nos enfrentamos a la pobreza y la necesidad en otras personas y en nuestro frágil planeta.
¿Está contribuyendo, la forma en que vivimos nuestras vidas, a la pobreza material de las personas y a la destrucción de la Tierra? ¿Qué se nos llama que desechemos? ¿Qué nos detiene para realizar la obra que el Espíritu nos está llamando a hacer?
¿Estamos cultivando el enfoque en nuestro Dios Amoroso para que podamos reducir la velocidad y ver la necesidad, y la belleza oculta, que tenemos justo enfrente? Somos conscientes de las crucifixiones que están ocurriendo en todo el mundo. Se nos llama a pedirle a Dios guía para llorar esas pérdidas y hacer lo que podamos para traer sanación.
Cuando tenemos la tentación a abrumarnos por tales reflexiones sobre las necesidades de nuestro tiempo, podemos alegrarnos por las vidas gozosas de Francisco y Catalina. Confiando en el Dios de Amor, podemos «bailar todas las noches» para mantener el ánimo en alto, como Catalina sugirió a sus hermanas. Podemos tomarnos el tiempo para disfrutar de las galletas de almendras favoritas de San Francisco y, en palabras de Catalina, una «reconfortante taza de té».
Y, por supuesto, podemos recordar a Francisco en su cuidado por la Tierra, mientras traemos a nuestros perros y hámsteres a la Iglesia para una bendición como lo harían mis estudiantes.