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El Manto de Dios cubre a los niños 

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Por la Hermana Sandra Hernández 

El Manto de Dios cubre a los niños, niñas y adolescentes de Casa Corazón con un abrazo tierno y lleno de esperanza. Es un manto invisible, pero profundamente real, que los protege de múltiples maneras y se hace presente a través de las manos y los gestos de tantas personas solidarias que, durante todos estos años, han estado cerca para que nada les falte. 

Ese manto se ha extendido sobre ellos como signo de amor constante: los resguarda del mal, guía sus pasos y les recuerda, en cada momento de la vida, que nunca están solos. Quienes han acompañado de cerca el camino de Casa Corazón en Honduras saben que allí se vive una experiencia única de cuidado, protección y fe, en donde los más pequeños son recibidos con dignidad y alegría, y los adolescentes encuentran un espacio para crecer, aprender y proyectarse hacia el futuro. 

Con el paso del tiempo, muchos de los niños que alguna vez corrieron y jugaron bajo este manto, hoy son adultos. Crecer implicó enfrentar responsabilidades y desafíos que en la infancia parecían lejanos. En este proceso, el Manto de Dios no se ha retirado: al contrario, se ha adaptado a sus nuevas realidades, renovando fuerzas cuando parecía que ya no quedaban, brindando paz en medio de la incertidumbre y manifestando la fidelidad divina en cada etapa de la vida. 

El cuidado de Dios se refleja no solo en lo espiritual, sino también en lo concreto: en un plato de comida compartido con amor, en un espacio seguro donde descansar, en el acompañamiento escolar que abre puertas, en la escucha atenta de un educador, en la sonrisa de cada persona que trabaja en el hogar o en el compromiso de quienes realizan donaciones para sostener esta misión. Todo eso forma parte de ese manto protector que se despliega día a día sobre la comunidad de Casa Corazón

En Casa Corazón creemos firmemente que el amor de Dios se hace vida en lo cotidiano y que su manto de misericordia y ternura seguirá siendo el abrigo seguro de quienes más lo necesitan. Porque mientras haya corazones dispuestos a servir, habrá también un pedazo del Manto de Dios extendiéndose para proteger, guiar y renovar la esperanza de los niños, niñas y adolescentes que allí encuentran un hogar. ¡Gracias a las Hermanas de la Misericordia que han ensanchado el manto de Dios!