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La persistente invitación: Un Camino a la Misericordia 

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Por Hermana Elizabeth Small 

La vocación no siempre se manifiesta en un instante repentino de claridad. A veces, se desenvuelve por medio de una serie de invitaciones silenciosas y persistentes – esperando pacientemente nuestro «sí». 

Mi camino para convertirme en Hermana de la Misericordia comenzó en un lugar inesperado: una familia musulmana muy unida, donde la fe y la tradición estaban profundamente arraigadas. A los 17 años, ya era «nicka» (estaba comprometida en un matrimonio islámico concertado) de acuerdo con las costumbres de mi familia. Después de dos años, el matrimonio fracasó y me quedé criando sola a mi bebita. Desorientada y en mi búsqueda de significado e identidad, inicié mi viaje interior – uno que al final me llevaría a la Iglesia Católica. Esta fue mi primera invitación: una llamada silenciosa pero innegable a algo más profundo. 

Cuando mi búsqueda de identidad se profundizó, me incorporé al programa del Rito de Iniciación Cristiana de Adultos (RICA). Sin embargo, una revelación más importante me esperaba. Cuando finalmente le conté a mi madre sobre mi anhelo de ser bautizada, ella me entregó mi certificado de bautismo. Desconociendo yo su existencia, mi madre me reveló que había sido bautizada en secreto cuando era una bebé y había mantenido en secreto por treinta años. Este descubrimiento inesperado me confirmó lo que yo ahora veía claramente: Dios me estuvo invitando desde un principio, guiándome dócilmente hacia mi auténtica identidad en Él. 

Hermana Elizabeth Small

Después de recibir los sacramentos de Confirmación y de Primera Comunión en 2004, las invitaciones continuaron. En ese entonces, era madre soltera apoyando a mi hija en la escuela de medicina y la vida religiosa era lo más distante de mi mente. Aun así, Dios tenía otros planes. 

Durante la Semana de Vocación, asistí a un encuentro con mujeres jóvenes en búsqueda de su llamado. Solamente era acompañante, pero en esa visita al Convento de la Misericordia de Meadowbrook todo cambió. Hermana Julie Matthews nos recibió con mucha calidez y compartió con nosotras la historia de Catalina McAuley. Al escucharla algo se estremeció dentro de mí. Me encontré luchando con una interrogante inesperada: ¿Estaba Dios invitándome a algo más? 

En búsqueda de esclarecimiento, fui a mi director espiritual, el Padre Paul Martin, SJ, quien me orientó durante 32 semanas de discernimiento ignaciano. A lo largo de este tiempo, las palabras de Catalina McAuley resonaron profundamente: «Dios puede moldear y cambiar, formar y reformar a cualquier criatura [de Dios] para adaptarse a los propósitos que [Dios] diseña». 

Con esta certeza, encontré paz en mi corazón y estaba lista para explorar la probabilidad de convertirme en «Hermana Mamá». 

El 22 de febrero de 2015, inicié mi experiencia «Ven y Ve» con las Hermanas de la Misericordia, pasando tres noches a la semana en el convento y cuatro noches en casa. Este equilibrio me permitió discernir mi vocación a la vida religiosa sin abandonar mi papel de madre. Cuando mi hija se graduó y se mudó a Granada para su pasantía médica, tomé mi siguiente paso, entré como candidata el 26 de noviembre de 2016. Después de dos años, el 8 de septiembre de 2018, ingresé al noviciado bajo la dirección de Hermana Patricia Mulderick, RSM. 

El noviciado fue un tiempo de formación profunda, aun así, mi mayor lucha fue la distancia física y emocional de mi hija, que en ese momento estaba cursando su maestría en Salud Pública en el extranjero. Llegué a encontrar la paz cuando ella abrazó su propia vocación al matrimonio. 

Durante mi año apostólico, me desempeñé como administradora en el Orfanato San Juan Bosco, un ministerio de la Misericordia donde presencié las crudas realidades de la debilidad humana. Fue allí, en los sollozos de los más vulnerables, donde escuché la llamada al amor y la misericordia en su máxima expresión.  

Luego llegó la pandemia, una época de incertidumbre mundial. Sin embargo, en medio de todo, profesé los votos temporales el 12 de diciembre de 2020, no dentro de los muros de una iglesia sino en el recinto abierto del orfanato, rodeada por los niños y el personal al que servía. Ese instante, despojado de grandeza, se llenó de gracia. Estaba estableciendo mi compromiso en el mismo lugar donde la Misericordia era más necesaria. 

Permanecí en el Orfanato San Juan Bosco, incrementando mi compromiso a la Misericordia, hasta que profesé mis votos perpetuos el 2 de febrero de 2024, sellando el camino que empezó con una invitación silenciosa y persistente. 

En retrospectiva, veo cómo Dios siempre me estuvo guiando – a través de momentos de lucha, revelaciones inesperadas y el testimonio de la Misericordia – a este bendito «sí». Mi historia es un testimonio de que la vocación no siempre es inmediata. A veces, se manifiesta en los susurros, en las gracias ocultas, en los encuentros diarios que nos llaman a algo mayor. Y al final cuando respondemos «sí», comprendemos que Dios nos ha estado invitando todo el tiempo a una relación amorosa con Él.