Por Heather Scott-Molleda, Directora Mayor de Comunicaciones
Despertando antes del amanecer, la gente que vive en los Andes, al norte de Perú, debe caminar a menudo muchos kilómetros para conseguir que la lleven al pueblo de Chulucanas – un viaje de cuatro o cinco horas – sólo para tener la oportunidad de recibir atención médica básica de doctores estadounidenses que les visita.
Las Hermanas de la Misericordia han guiado equipos de personas voluntarias a Perú durante décadas, en el marco de una misión que comenzó cuando las hermanas en la región vieron la acuciante necesidad de prestar asistencia sanitaria a las personas empobrecidas, especialmente en los pueblos agrícolas de la sierra. Así que convocaron a amistades de los hospitales de la Misericordia del área de Filadelfia para que les ayudaran a abordar esas necesidades.
El legado continúa hasta hoy, ahora a cargo de Hermana Mary Jo McGinley con la ayuda de hermanas que radican en Chulucanas, Mary Ellen «Marielena» McKenna y Roxana Contreras Novoa, mientras laboran infatigablemente con colaboradores del área para colmar las lagunas en los servicios médicos de estas comunidades desatendidas.
Mary Jo dirige el programa desde hace casi veinte años, como sucesora de Hermana Betty Scanlon. Como muchas Hermanas de la Misericordia, ella es una fuerza de la naturaleza que dirige con mano firme el barco. Ella se asegura de que los medicamentos estén organizados y listos para sus proveedores, y de que cada equipo, desde admisión hasta ginecología y obstetricia a farmacia, estén listos para ponerse en marcha cuando lleguen sus pacientes. Todos, incluso doctores, ayudan a contar las pastillas o a transportar los suministros desde el almacén.
Ella dice que uno de los objetivos de las misiones «es dar a cada voluntario/a una oportunidad de transformación personal».
«Todos estamos aquí gracias a Hermana Mary Jo», dijo el Dr. Brian D’Arcy, cardiólogo de Búfalo, Nueva York. Él vino por primera vez a Perú con su hijo hispanohablante y ha regresado varias veces.
Los médicos, enfermeras y otros voluntarios que han dado su tiempo y pagado su viaje para ayudar, se mantienen entusiastas y de buen humor a pesar del calor agobiante a menudo en esta ciudad de las llanuras al oeste de los Andes, y también de la combinación del polvo rojo y gases de los tubos de escape de las motocicletas, siempre presentes, que provocan tos.
Hermana Maria Anto Pasache, a cargo del ministerio Centro Betania en Chulucanas, se asegura que los voluntarios se alimenten bien durante toda su estadía.
Mary Jo McGinley dijo: «te cambia la vida», es el comentario que más oye de las personas voluntarias, lo que explica por qué tantas personas vuelven año tras año. En el viaje más reciente, en junio, algunos veteranos contaron sus visitas y sobrepasan de diez.
A pesar de lo desgarrador que puede ser el trabajo, siguen volviendo porque las alegrías superan las decepciones y el impacto de sus esfuerzos suele ser inmediato a menudo, tanto en lo grande como en lo pequeño.
Un hombre llegó cojeando con muletas caseras hechas con tubos soldados. Llevaba cinco años sin poder andar, a pesar de las numerosas operaciones, porque su pierna rota no se había curado tras un accidente. Pero volvió a ponerse de pie y a andar después de que le colocaran una bota para caminar. Ese éxito provocó que el médico, el fisioterapeuta y la intérprete le felicitaran y le dieran un «choca esos cinco» con las manos, y también hubo algunas lágrimas.
Una mujer que fue violada en su adolescencia lloró cuando un médico se dio cuenta de que estaba triste y le preguntó por qué estaba así. Ella dijo que era la primera vez que alguien se molestaba en preguntárselo. Hermana Mary Ellen la aconsejó y consiguió un terapeuta. Cuando volvió al día siguiente, era toda sonrisas.
Y un joven adolescente que llegó con una enfermedad desfigurante recibirá tratamiento por fin para su lepra, tras muchos diagnósticos erróneos.
A lo largo de ocho días, el equipo atendió a casi mil novecientos pacientes, incluso los atendidos por el equipo de la sierra, que pasó una semana viajando con Hermana Roxana, desafiando traicioneras carreteras de montaña para llegar a aldeas remotas.
La misión suele ser un asunto familiar. En el último viaje había dos equipos de marido y mujer, dos equipos de madre e hija y una familia.
Brenna Durkin de Springfield, Massachusetts fue la voluntaria más joven, ya que se graduó de secundaria pocos días antes de partir para Perú. Estaba allí con sus padres, ambos doctores, y su hermana, que tiene previsto estudiar medicina. Brenna lleva queriendo participar desde que tenía catorce años y acaba de obtener su certificado de Médica Técnica para Emergencias. «Quería poder ayudar. Quería hacer una diferencia aquí».
Su padre, el Dr. Louis Durkin, dijo sentirse «muy privilegiado» por formar parte de la misión. «Siento que recibo más de estos viajes de lo que puedo devolver».
Para quienes hacen este voluntariado, puede ser difícil aceptar el hecho de que haya tantas personas a las que no se puede ayudar: las mujeres con cáncer en fase avanzada, un recién nacido que ya no tiene tratamiento o quienes simplemente no estuvieron entre los pocos afortunados que recibieron un boleto para ver a un médico.
«A veces, en nuestra cultura estadounidense, creemos que podemos resolver todos los problemas. Así que eso en sí mismo es una lección de la vida real para todas nosotras», dijo Mary Jo.
Aprendió esa lección la primera vez que visitó Haití. De pie en el balcón a altas horas de la noche, «hablé en voz alta con Dios y le dije: “Dios, ¿qué se supone que debo hacer con esta experiencia?”. Eso fue hace veinticinco años. Ahora lo sé. Creo que lo sé».
Con los viajes suspendidos durante la pandemia, el grupo puso en marcha la telemedicina para que las/los pacientes de Perú pudieran seguir recibiendo tratamiento. Y un equipo quirúrgico volvió a Chulucanas en octubre por primera vez desde 2019, para realizar operaciones de hernias, paladar hendido y otros procedimientos en el nuevo hospital que cuenta con los últimos avances. El equipo compuesto de treinta y cinco voluntarios y voluntarias, realizó más de cien cirugías.
El equipo de Mary Jo envía también voluntarios y voluntarias a Guatemala y Jamaica, y aunque se han suspendido los viajes a Haití debido a la situación de seguridad allí, están estudiando ampliarlos para trabajar con migrantes en la frontera entre Estados Unidos y México.
Las misiones están ahora a cargo de Ministerio de Salud Global, parte de Trinity Health que tiene vínculos históricos con las Hermanas de la Misericordia y trabaja con socios locales para cerrar las brechas en los servicios médicos de estas comunidades desatendidas.
La directora del programa Ministerio de Salud Global, Marie Robson, líder del equipo en el viaje a Perú, destacó también la importancia de los proveedores locales y otros socios del país.
«Me he propuesto como misión personal asegurarme de que no hagamos nada que pueda perjudicar, como crear un sistema paralelo que socave a los proveedores que están aquí», dijo.
Marie, asociada de la Misericordia, graduada y anteriormente profesora de la Academia de la Misericordia de Merion, vino al Ministerio de Salud Global a través de Mary Jo. «Las Hermanas de la Misericordia y Chulucanas realmente cambiaron el curso de mi vida», dijo.
A pesar de la larga historia de las misiones médicas que las hermanas iniciaron, y del bien que ellas hacen, dijo Mary Jo, «nuestro verdadero objetivo es que no nos necesiten más».