Hermana Marissa Butler
La mayoría de cristianos están familiarizados con los tres pilares de la Cuaresma: oración, ayuno y limosna. A través de estos pilares, el tiempo litúrgico de Cuaresma ofrece numerosos mensajes, oportunidades, llamadas a la oración y a las buenas obras. El Miércoles de Ceniza, el símbolo de la cruz, que forma parte integral de nuestras vidas, se pone en primer plano y adquiere un giro penitencial. ¿Qué pasaría si nos tomáramos un tiempo para considerar la oración, el ayuno y la limosna como algo formativo más que penitencial? ¿Y si utilizáramos los tres pilares de la Cuaresma para revisar nuestras vidas y descubrir maneras de seguir a Jesús más de cerca?
El primer pilar, la oración, nos arraiga en nuestra relación con Dios. Catalina McAuley escribió en sus «Instrucciones para Retiros», «Ninguna tarea debe apartar nuestra mente de Dios. Toda nuestra vida debe ser un acto continuo de alabanza y oración». ¿Y si a lo largo del día nos tomáramos tiempo para percibir a Dios en las actividades ordinarias: la risa de los niños, en el doblar de la ropa, la puesta de sol, o el canto de los pájaros? Tal vez un susurro de gratitud cuando nuestros pies tocan el suelo por la mañana nos da otra oportunidad de hacer algo hermoso para Dios. La Cuaresma puede ser un tiempo en el que ampliemos nuestras rutinas habituales de oración para experimentar el amor de Dios en nuevos lugares y espacios.
En mi reflexión, he vuelto a imaginar la limosna como algo mucho más amplio que las donaciones económicas, aunque éstas sean significativas. En las Instrucciones Familiares de Catalina McAuley leemos: «Hay cosas que los pobres valoran mucho más que el oro, aunque nada le cuesten al donante, entre estas cosas están la palabra amable, la mirada bondadosa y compasiva y la paciente escucha de sus penas». Como comunidad de la Misericordia, se nos invita a dar de nuestro espíritu y a escuchar a nuestro prójimo para ser la presencia compasiva que el mundo necesita desesperadamente.
El tercer pilar es el ayuno. El Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo, nos comprometemos a hacer dos comidas pequeñas y una comida más copiosa, sin nada en medio. Los viernes de Cuaresma nos abstenemos de comer carne y muchas promesas cuaresmales implican renunciar a algún tipo de alimento o bebida. ¿Y si nuestro ayuno se centrara en las opciones de comportamiento? Podríamos ayunar de la autoconversación negativa, de la ira, de dudar de los demás o de desplazarnos compulsivamente por las redes sociales. Todos somos conscientes de las cosas de nuestra vida de las que podríamos prescindir. Catalina nos instruye: «Esfuérzate siempre por parecerte a Él; debes tratar de parecerte a Él al menos en alguna cosa, para que cualquier persona que te vea, o hable contigo, pueda recordar Su Bendita vida en la tierra».
Parece que la Cuaresma nos invita a considerar el momento en que nacimos al ambiente cristiano al ser marcados con la cruz. Durante estos días reflexionamos sobre cómo abrazar este misterioso símbolo, no sólo ahora, sino todos los días de nuestra vida.
El bautismo es un momento gozoso en el que morimos y resucitamos con Cristo. La oración, el ayuno y la limosna son otro morir y resucitar que conduce a la Vigilia Pascual, cuando adornamos el Cirio Pascual con la cruz victoriosa: otra ocasión gozosa. En lugar de privarnos a través de estos días de Cuaresma, se nos da tiempo para buscar la conversión, un cambio de mente, de corazón y de espíritu que nos dé el valor de caminar más cerca de Jesús.
Al comenzar este camino de Cuaresma, que podamos experimentar las bendiciones y gracias que Dios tiene preparadas para revelarnos.