Por Heather Scott, Directora Mayor de Comunicaciones
Soy una cobarde. Nunca he leído Entierra mi corazón en Wounded Knee. No pude terminar Los asesinos de la luna. Soy una mujer profesional de raza blanca y me considero una aliada de la causa de todos los pueblos nativos. Sin embargo, leer estas historias me resultaba demasiado doloroso. Irónico.
No podemos dar la espalda al doloroso legado de la colonización, especialmente en el Día de los Pueblos Indígenas, que celebra, con razón y tardíamente, al pueblo que el gobierno de los Estados Unidos intentó borrar. Ellos siguen aquí. Continúan luchando para contar sus historias y recuperar sus tierras.
Hace poco viajé en peregrinación por Nuevo México, un estado bendecido con majestuosas maravillas naturales y una belleza asombrosa, desde el Río Grande hasta las Cavernas de Carlsbad. Pero hay una historia horrible bajo esa belleza. Durante este viaje de inmersión sobre extractivismo, tuvimos el privilegio de visitar Nación Navajo y Laguna Pueblo y reunirnos con algunos ancianos que compartieron con nosotros sus historias y sus oraciones. Los colonizadores no sólo se apoderaron de su tierra, sino que la convirtieron en una zona de sacrificio, diezmándola con la extracción de uranio como parte de la carrera para construir armas nucleares y una industria de energía nuclear. Esa industria ha contaminado el suelo y el agua. Se ha hecho poco esfuerzo por limpiar, incluso décadas después. Como suele ocurrir en la historia de los tratados de los nativos americanos con quienes ostentan el poder, se ha hablado mucho, pero se ha actuado poco.
En la Comunidad de Red Water Pond, nos sentamos a la sombra de una montaña de residuos de uranio. Se encuentra cerca del lugar donde se produjo el peor vertido de material radioactivo de la historia de los Estados Unidos (el tercer vertido mayor del mundo tras los de Chernóbil y Fukushima) y del que probablemente nunca hayas oído hablar, aunque todo el mundo conoce el de Three Mile Island, que ocurrió el mismo año. Un curandero dené (navajo), que trabajó en las minas y estuvo a punto de morir allí, nos bendijo con humo y pidió perdón a Madre Tierra por el daño causado por la industria.
Él y su hermana siguen luchando para garantizar la supervivencia de su pueblo, igual que miles de dené y ndé (mescaleros apaches) se negaron a ser aniquilados tras La Larga Marcha a Bosque Redondo, otra historia en gran parte olvidada. También rezamos con dos mujeres de los Pueblos San Idelfonso y Santa Clara. Una trajo a dos de sus nietos para compartir una ofrenda. Esos niños son la cara del futuro. Son el rostro de un pueblo que sobrevive y que sigue sembrando esperanza incluso en medio de la expansión de la huella de la industria nuclear de Los Álamos, que se cierne sobre sus hogares.
Los dené valoran tradicionalmente la comunidad por encima de la riqueza individual y creen que hay que caminar en la belleza, en armonía con nuestra Tierra y con los demás. Esta oración de la ceremonia camino de bendición (Hózhójí) tiene un mensaje para todos:
En la belleza yo camino
Con la belleza ante mí camino
Con la belleza detrás de mí camino
Con la belleza sobre mí camino
Con la belleza a mi alrededor camino
|Se ha convertido en belleza una vez más.