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El camino de la Misericordia con voluntarias y voluntarios es pisar terreno sagrado 

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Por Alexandra Pierlott, Asociada de la Misericordia 

Durante mi año de servicio con el Cuerpo de Voluntarias y Voluntarios de la Misericordia (CVM), el tema fue «Caminando por terreno sagrado», una referencia al momento del Éxodo en que Moisés se encuentra con Dios en la zarza ardiente. 

Dios le dice a Moisés: «Quítate las sandalias de los pies, porque el sitio que pisas es terreno sagrado» (Éxodo 3, 5). Me sorprende ahora, nueve años después, que el CVM nos animara a voluntarias y voluntarios a reflexionar sobre el camino que sigue a este encuentro con Dios. Al igual que Moisés salió de aquel lugar para guiar al pueblo de Dios fuera de la esclavitud en Egipto, las voluntarias y los voluntarios recibimos la llamada de salir y prestar atención a las formas en que podíamos caminar con las personas con las que nos encontrábamos. 

Durante mi año de servicio aprendí rápidamente lo mucho que la comunidad de la Misericordia puede enseñar sobre cómo acompañar a las personas en el camino. Desde el día de su fundación en adelante, estas «monjas caminantes» no han perdido este hermoso don de encontrar a las personas donde están y caminar a su lado. Aunque he visto esto en todos los ministerios de la Misericordia que he encontrado, el don fue más profundamente evidente en las dos Hermanas de la Misericordia y una Compañera en la Misericordia que caminaron ese año a mi lado en mi propio camino. 

Me enseñaron que mostramos a las demás personas que caminamos con ellas en formas sencillas cotidianas con las que les ofrecemos hospitalidad. Hermanas Judy Carey y Lorraine LaVigne saludaron a voluntarias y voluntarios con amplias sonrisas y cálidos abrazos poco después de aterrizar en Hartford, Connecticut, nuestra ciudad de servicio. Compañera Sue LaVoie y Hermana Elaine Deasy (a quien echamos mucho de menos) nos acogieron calurosamente en su casa para las noches de reflexión y compañerismo. Estas mujeres nos acompañaron a lo largo de nuestro año de servicio: nos prepararon comidas, nos invitaron a su vida cotidiana y nos compartieron profundas conversaciones. Nos hicieron sentir vistas, conocidas y queridas. Aunque mis colegas voluntarias/os y yo dejamos Hartford en 2015, estas tres mujeres han seguido apoyándonos y queriéndonos. Nos acompañan a través de actualizaciones por Zoom, tarjetas electrónicas, un cuaderno para el camino y visitas apreciadas en persona. Su cuidado genuino y profundo y su interés en nuestras vidas nos han fortalecido en nuestros propios caminos personales. 

Estas mujeres de la Misericordia tratan el camino con nosotras/os como terreno sagrado. Es reconocer que cuando caminamos con otras personas, estamos caminando por un camino sagrado que nos permite tratar a cada persona que encontramos con dignidad como hijas e hijos de Dios. Las «monjas caminantes» de Catalina McAuley reconocieron esto desde el principio, y continúan el camino. Si bien Dios puede elegir aparecer en una zarza ardiente, Dios también está presente en las formas cotidianas que caminamos con todas las personas que encontramos, recordando que cada paso del camino tiene lugar en terreno sagrado. 


Devarsh Desai, Ex miembro del Cuerpo de Voluntarios y Voluntarias de la Misericordia 

Hay cierto poder en las conexiones. Es fácil verlo cuando pensamos en nuestros amigos y familiares. Pero ¿qué pasa con los vínculos que establecemos con personas que son diferentes a nosotros? Mi nexo con Hermana Mary Ellen Howard cambió mi forma de pensar sobre las relaciones humanas por lo que estaré eternamente agradecido. 

Como inmigrante de bajos recursos y persona de una etnia distinta, puede resultar complejo involucrarse con una institución religiosa cuyas creencias no coinciden con las de tu familia, y participar en prácticas alejadas de tu experiencia. Sin embargo, a mí me resultó fácil adaptarme y sentirme cómodo viviendo esa nueva experiencia porque mis valores individuales no se ajustan a una única religión. 

De niño nunca sentí realmente lo que era tener padres y abuelos. Aunque estaban presentes en mi vida y me querían mucho, tenían serios problemas. Nunca sentí que pudiera comunicarles lo que necesitaba porque consideraba que sería egoísta por mi parte hacerlo.  

Hermana Mary Ellen, alcaldesa no oficial de Detroit, me abrió un mundo nuevo. Ella tenía una voz que no podía ser silenciada, y la utilizó para ampliar continuamente los límites de la injusticia social.  

Conversación tras conversación, Hermana Mary Ellen me sorprendía. Sus logros «entre bastidores», mientras luchaba por causas justas, permitieron que muchas personas conocieran el beneficio de la humanidad. Pero a pesar de lo que realizó, nunca estuvo satisfecha y pensaba que aún quedaba mucho por hacer. Vivió una vida al servicio de los demás, una vida de verdadera humildad. Su ejemplo es uno al que sólo puedo aspirar a vivir.  

Hermana Mary Ellen mantenía también relaciones con las personas a las que quería por muy difíciles que parecieran. Me di cuenta de ello cuando hablaba de las personas que estaban en su vida y del esfuerzo que hacía para mantener ese contacto, desde viajar para celebrar un cumpleaños hasta pasar un mes con seres queridos que estaban en tratamiento médico. Aunque nunca flaqueó en sus firmes valores, siempre respetó las maneras de pensar opuestas. Lo sé porque me sentía muy cómodo hablando con ella de todo lo que me pasaba por la cabeza. Nunca me juzgó. Siempre se preocupaba por mí. Hermana Mary Ellen es una aprendiz de por vida y estoy agradecido de tenerla en mi vida como abuela no consanguínea.  

Esta relación me ha enseñado que, en lo que respecta a las relaciones humanas, hay valores fundamentales que pueden vincular a las personas por muy diferentes que parezcan. Hermana Mary Ellen era una mujer católica de 80 años y yo un adolescente indio de 20 años. Sin embargo, nada de eso importa cuando se cultivan las habilidades para abrir la mente, escuchar con atención y hablar con autenticidad.