Por la Hermana Betsy Linehan
Nuestro Compromiso del Capítulo 2023, «Explorar de nuevo la Misericordia», incluye el encargo de «Actuar para asegurar que nuestras vidas y ministerios reflejen amor inclusivo y justicia hacia las personas LGBTQ+». Sugiero que exploremos lo que esto podría significar al reflexionar sobre un famoso poema de Gerard Manley Hopkins.
Belleza ruana
Gloria a Dios por las cosas moteadas:
por los cielos de color como reses berrendas;
por los lunares rosas todos en punteado sobre las truchas que nadan;
las castañas caídas rojas como carbón encendido; las alas de los pinzones;
paisaje trazado y reconstruido: pliegue, barbecho y arado;
y todos los oficios, sus aparejos y guarniciones.
Todo lo contrario, original, sobrante, extraño;
lo que sea voluble, pecoso (¿quién sabe cómo?)
con rapidez, lentitud; dulzura, agrura; brillo, sombra;
viene del creador, la creadora cuya belleza ya no cambia:
Alábale.
Lee atentamente este poema. No se trata de la naturaleza inmutable dada por Dios a las truchas, las alas de los pinzones, los paisajes. En cambio, alaba a Dios por dar vida a momentos particulares, únicos e irrepetibles, y a los seres creados existentes.
En otro poema, Duns Scotus’s Oxford [Oxford de Duns Escoto], Hopkins elogia al teólogo medieval Juan Duns Escoto: «quien de todos los hombres más envenena mis espíritus a la paz… de la realidad de quien desenreda las venas más raras».
En los últimos años hemos estado expuestas a una retórica eclesiástica basada en concepciones de la naturaleza humana derivadas de Aquino y Aristóteles, incluida la convicción de que el sexo con el que se nace y la identidad de género basada en él son impuestos por Dios e inmutables. De esto parece deducirse que la sensación que tienen algunos de que el sexo asignado y la identidad de género no son lo que realmente son, es una ilusión. Afirmar lo contrario es expresar «ideología de género». La versión suave de esta afirmación es que estas personas sufren «disforia de género» y necesitan tratamiento. (Dejo la versión más cruel a la imaginación de cada lector/a).
Pero, ¿y si existe otro marco, también arraigado en la tradición teológica cristiana? Así lo sostiene Daniel Horan, OFM, en su libro de 2019 Emerging Personhood: Contemporary Theological Anthropology [Personalidad emergente: Antropología teológica contemporánea]. Horan ilumina la perspectiva de Duns Escoto: Dios creó seres individuales, no hay dos iguales: esa alondra de los prados, Happy, el elefante del zoo del Bronx, este arce japonés, resplandeciente de colores otoñales, mi hermano Tomás. Las categorías, como aves, mamíferos, plantas, hombres, mujeres, se establecen basándose en similitudes observadas que parecen importantes o al menos útiles. Pero estas clasificaciones no son la realidad última, y cambian y evolucionan con el tiempo.
Dios creó fundamentalmente, atesora y ama, a cada persona única. Ya sean «volubles, pecosas, [de género fluido, queer], quién sabe cómo», cada una en su lugar especial, nos revela a todos a Dios Creador. Tal como son, las amamos, servimos en conjunto en nuestros ministerios y luchamos con cada persona por una justicia abundante.