Por Cristina Hereñú, Coordinadora del Centro de Espiritualidad de la Misericordia (Buenos Aires)
En la serie de reflexiones de Cuaresma de este año, siete hermanas, y en este caso, una miembro del personal ofrecen sus historias propias y sus puntos de vista sobre cada una de las Obras Espirituales de Misericordia y cómo los actos de misericordia pueden tener un profundo impacto en las vidas de nuestras hermanas y hermanos. Acompañan a estas reflexiones unos dibujos lineales de Hermana Mary Clare Agnew, contemporánea de nuestra fundadora Catalina McAuley, que ilustran el ministerio de las Hermanas de la Misericordia en la Irlanda de 1830.
«Toma lo que puedas con buen humor y el resto, con pocas palabras, déjalo ir.
Sea la paciencia tu compañía pues la necesitarás como guía constante».
Catalina Mc Auley
Pocas obras de misericordia son tan provocativas y desafiantes como ésta. Tolerar los errores del prójimo «no tan próximo» no demanda mucha dificultad, ya que cierta distancia nos protege de un involucramiento más personal que nos pone a salvo de situaciones incómodas. Sin embargo, el escenario cambia cuando la tolerancia a los errores se pone en juego cada día con quienes compartimos nuestra vida, en los espacios donde se va modelando quienes somos: los vínculos familiares, laborales, ministerios y comunidades.
Pero la tolerancia no es resignación pasiva ni excusa piadosa para justificar comportamientos inadmisibles. Más bien, es una invitación, una posibilidad para poner en movimiento el alma, para ejercer la compasión y la caridad. Es una llamada para trabajar nuestro propio terreno espiritual que nos desafía a empujar los límites de nuestros juicios y expectativas muchas veces desajustadas con nosotras mismas y con los demás. Ese movimiento es individual pero necesariamente colectivo, de la comunidad a la que pertenecemos y en la que se nos recuerda quiénes somos.
Hay algo más en el enunciado de esta obra de misericordia: la consideración de la paciencia. Es una cualidad destacada por Catalina para afrontar situaciones complejas y abrirse camino ante lo adverso. Tan próxima es a esa experiencia vital, que se anima a llamarla: «guía necesaria».
La paciencia habla de proceso, de tiempo. Nos aleja de la urgencia por resolver nuestras ansiedades y juicios personales. La paciencia nos ayuda a liberarnos de cargas emocionales innecesarias, aliviando el peso en el largo y tortuoso camino de convertirnos en hermanas y hermanos: «toma lo que puedas con buen humor y el resto, déjalo ir».
El tiempo de Cuaresma nos ofrece una fértil oportunidad para percibir los errores –los propios y los de quienes nos rodean– como gritos de auxilio que piden reconexión con la verdad, la bondad y la belleza que nos habitan, un movimiento que nos propone volver a mirar y mirarnos con paciente misericordia.
En un mundo marcado por la intolerancia hacia los que piensan diferente, los que creen diferente, los que aman diferente, cultivar con perseverancia la tolerancia y la paciencia es un acto de amorosa rebeldía.