Por la Hermana Colleen O’Toole
Recientemente, debido a mi experiencia en dos rituales diferentes, he estado reflexionando sobre la comunión de los santos y santas.
El 8 de octubre, mi amiga, Hermana Amanda (Mandy) Carrier hizo sus votos perpetuos como Hermana de la Misericordia. Una de las partes significativas de la Misa de votos es la Letanía de los Santos y Santas, cuando la hermana se postra ante el altar. Al mismo tiempo, la asamblea invoca a santos y santas, en especial a patronos y patronas de la orden y a los que la hermana siente cercanos en su propia vida. Juntas, estas dos acciones simbolizan que la hermana se entrega por completo a Dios y al pueblo de Dios, como han hecho los santos y santas durante siglos. Mandy añadió un toque especial a su ceremonia: su madre y su padre, el diácono, colocaron una manta hecha por su abuela delante del altar antes de la letanía. Recordó a la asamblea que la comunión de santos y santas no son sólo quienes están en el cielo y han sido canonizados/as oficialmente; son todos los fieles que han terminado su vida terrenal y que nos han inspirado, consolado, enseñado y guiado.
Cinco días más tarde, estuve en el funeral de una hermana del área. En la tradición de la Misericordia, la vida de la hermana se celebra mediante un ritual de intercambio de recuerdos, normalmente después del velatorio. Se exponen fotos de ella y se comparten historias entre hermanas, familiares, amigas y amigos. Recordamos su ministerio y su presencia. Las hermanas recuerdan haberle enseñado, o haber sido enseñadas por ella. Como comunidad, entregamos a nuestra hermana a la comunión de los santos y santas. A medida que avanza el ritual, surgen historias de hermanas que murieron hace años, y nos preguntamos quién saludará a nuestra hermana fallecida más recientemente. ¿Será su familia? ¿Sus amigas y amigos? ¿Su directora de postulantes, con la que estaba especialmente unida? ¿La hermana con la que inició un nuevo ministerio? ¿Las hermanas que se iban juntas de retiro todos los años? La Madre Catalina McAuley recordó a las primeras hermanas, que lloraban la pérdida de sus compañeras, que todas nos reuniremos en el cielo, diciendo: «¡Oh, qué alegría da el solo pensarlo!».
Cuando volví a casa después del funeral, escribí el nombre de Hermana Thomas Marie Murphy en nuestro necrológico, el libro que recoge a todas las hermanas fallecidas de mi zona. Antes de comenzar nuestra oración de la mañana, yo miro la fecha y pido a las hermanas que recen. Puede haber una hermana que haya entrado en la vida eterna en esa fecha, o muchas. Algunas murieron hace poco, otras desde 1847. Algunas son hermanas que conocí yo misma, a otras las conocí a través de historias compartidas en la comunidad, y otras son sólo nombres, ya que quienes las conocieron personalmente han fallecido. Las hermanas que yo echo de menos en la Tierra han sido acogidas en esta nube de testigas y testigos por sus hermanas que las han precedido.
Tener esta comunión de santos y santas de la Misericordia a la que recurrir me da un inmenso consuelo. Nunca estoy sola en ningún ministerio o trabajo de la Misericordia, pues estas mujeres siguen acompañándome en todo lugar y momento. Me siento agraciada no sólo por la presencia de las benditas, venerables y canonizadas personas santas de nuestra fe, sino por las vidas y los ejemplos de las miles de Hermanas de la Misericordia que me han precedido.