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Por la Hermana Cynthia Serjak

«Llévame contigo, Jacinto, haré que la carga sea ligera».

En el año 1241, durante el asedio en el que se encontraba la ciudad de Kiev, Ucrania, Jacinto, un monje local, se dirigió al santuario para tomar el Santísimo Sacramento y llevarlo a un lugar seguro. Cuando se daba la vuelta para salir oyó una voz suplicante: «¡Llévame contigo, Jacinto!». Era la imagen de Nuestra Señora de Kiev, que suplicaba ser rescatada.

La guerra suele hacer mella en las obras de arte, religiosas y no religiosas, que son preciosas para una comunidad. Hay muchas historias de esfuerzos heroicos para empaquetar estatuas y enviarlas a un refugio seguro, esconder cuadros en habitaciones secretas, incluso enterrar objetos para salvarlos de los estragos de la guerra. A la gente que puede oír, estas importantes expresiones de la vida de un pueblo siempre han elevado el grito: «¡Llévanos contigo!».

La anécdota sigue cuando Jacinto se da cuenta de que no puede cargar el cuadro que contiene la imagen de la Virgen por ser muy pesado, demasiado para unos brazos ya llenos. Pero confía y lo intenta, y comprueba que la carga ha perdido su pesadez y se ha vuelto ligera.

Aunque consideremos esta historia como una leyenda piadosa, plantea uno de los misterios fundamentales de los tiempos difíciles: ¿cómo se presenta Dios en tiempos de sufrimiento? O, para los habitantes actuales de Kiev, ¿dónde está su patrona, Nuestra Señora de Kiev mientras su cultura y su patria son bombardeadas? Incluso cuando la pregunta surge en nuestros corazones, ya sabemos la respuesta: Dios está siempre con nosotros, y está especialmente presente para los que sufren. Con la gente de Kiev hoy, sabemos que el amor de Nuestra Señora resplandece en las brasas que los rodean, que su compasión llega hasta ellos en los brazos de quienes arriesgan sus propias vidas para cuidar de los demás, y que su fidelidad aviva el tremendo valor y la fuerza de sus amigos que sufren. Su presencia les permite cargar con lo que creían que no podían.

Nuestro Dios misericordioso y la amada Señora están con el pueblo que sufre en Ucrania. Y, como pueblo de Dios, también estamos con ellos de la forma y lugar en que podemos. Aunque digamos una y otra vez, que nunca pensamos que esto pudiera suceder en estos tiempos, llevamos a nuestro corazón el grito: ¡Llévanos contigo! Y trabajamos y rezamos para que llegue el momento en el que las personas vivan con seguridad en el lugar en el que quieran estar.