Por la Hermana Sheila Stevenson, Administradora Pastoral, Parroquia Católica Romana Sta. Mariana Cope, Henrietta, Nueva York
Caminando hacia la oficina de la parroquia en un día templado y soleado de invierno con mi siempre presente lista de «cosas por hacer», me lleno de energía para afrontar la semana que viene. A los cinco minutos de colgar mi abrigo, el teléfono suena y nuestra asistente administrativa me dice que es Pete, un viejo feligrés muy fiel y entregado y está con Jackie, su amada esposa. Los vi ayer durante la misa. Con mucho gusto respondo alegremente, pero me detengo al escuchar los sollozos de Pete al otro lado de la línea telefónica. Con su voz quebradiza dice, «Hermana, Jackie yace muerta en el suelo del baño, ¿podría venir?» Y así comienza la Obra Corporal de la Misericordia de enterrar muertos.
Llego poco después de la policía, los paramédicos y el médico forense. Pete está sentado en su terraza acristalada llena de plantas de diversas variedades. Sus ojos llenos de lágrimas. En nuestra conversación vacilante no podemos creer lo sucedido, y los momentos en mayor silencio se interrumpen sólo por las preguntas formuladas con delicadeza y compasión de los profesionales. Los familiares empiezan a llegar, cada quien con sus propios lamentos y llantos ante la muerte repentina de una abuela muy amada por todos. En su debido momento, se nos permite subir a la habitación, en la cama yace Jackie, arregladita y bella, como si estuviera dormida plácidamente. Una hija que vive en otro estado se conecta por medio de FaceTime para que ella también pueda ver a su madre en su estado lleno de paz en su muerte y para que se una a nuestras oraciones por Jackie. Y así continúa la Obra Corporal de la Misericordia de enterrar muertos.
En los días siguientes, se hacen los preparativos para el velorio y la misa de funeral. Los familiares escogen cuidadosamente las lecturas y los himnos. Se invita a las personas a leer o a traer las ofrendas o a decir unas palabras en su memoria en la misa. Conversamos con los afligidos y se incluye algo más que las necesidades de los rituales, ya que forman parte del proceso del duelo. Y así continúa la Obra Corporal de la Misericordia de enterrar muertos.
El velorio comienza con los familiares presentes en la oración, afirmando que «los lazos de amistad que tuvieron en vida no se destruyen al morir». La misa del funeral continúa al día siguiente y se lleva a cabo un agradable entierro favorable al medio ambiente en el cementerio. Luego, la gente se reúne para compartir historias y celebrar la vida de Jackie. Se recordarán siempre su legado de fe y su bondad. En las siguientes semanas y meses se ofrecen misas, se visitará la tumba de Jackie y se seguirán contando nuevas historias. Se enviarán libros sobre el duelo a los afligidos cada tres meses durante un año y un grupo parroquial dedicado al duelo asistirá a Pete a enfrentarse a su nueva vida sin Jackie. Y así continúa la Obra Corporal de la Misericordia de enterrar muertos.
La misericordia y la compasión son más necesarias durante la muerte y a todo lo que comprende este período a menudo inesperado. Enterrar muertos es un llamado y un don que va más allá del acto de enterrar. Se puede cultivar con el tiempo; lo sé por mi propia experiencia.
En una ocasión le dije a un grupo de Hermanas de la Misericordia con quienes trabajaba, «haré lo que fuera, pero no quiero nada con los muertos, otra persona tendrá que hacerlo». Ahora, como administradora pastoral en una gran parroquia, «atiendo a los muertos» casi todas las semanas. El llamado a realizar las Obras Corporales de la Misericordia no es realmente negociable. Como Hermana de la Misericordia, nuestro llamado es ofrecer misericordia, compasión y dar el amor de Dios a cada persona, en la vida y en la muerte, al afligido y al difunto, y por eso enterramos a los muertos.