Por la Hermana Joanne Whitaker, Voluntaria, Proyecto HOME, Filadelfia, Pensilvania
¿A quiénes te imaginas como personas sin un techo cuando oyes estas palabras: albergar a personas sin un techo? La imagen que nos viene fácilmente a la mente a la mayoría es la de hombres y mujeres en las calles de nuestras grandes ciudades. Estas son las imágenes que vemos en los periódicos y en la televisión. Estas son las personas sin un techo con las que la mayoría nos encontramos. Hoy también podemos pensar en las personas que huyen de sus casas en Ucrania, y esto puede recordarnos la pérdida trágica de tantos que huyen de la guerra en Siria y del conflicto en África.
¿Por qué hay personas sin un techo? En todo el mundo, la guerra, la violencia de pandillas, la intimidación étnica, las catástrofes naturales y el terror apoyado por el Estado hacen que las personas huyan de sus casas. Para la mayoría de las personas que viven en las calles en zonas urbanas, las causas son más complejas. Los problemas de salud mental, las adicciones, la violencia doméstica, la trata de personas y la pobreza pueden llevar a una persona o a una familia a quedarse sin techo. No hay una respuesta sencilla a la pregunta.
Esta obra de misericordia, «albergar a quienes no tienen un techo», debe significar algo más que asegurarse de que todos tengan un techo sobre su cabeza, por muy básico e importante que sea. Los refugios para personas sin un techo de nuestras ciudades, las tiendas de campaña de los campos de refugiados, los almacenes o depósitos en nuestra frontera sur no son casas.
¿Qué te viene a la mente cuando oyes la palabra casa? Para la mayoría de nosotros, éste es el lugar donde nos sentimos seguros, encontramos consuelo, echamos raíces, experimentamos la familia y la comunidad, creamos recuerdos y vivimos con satisfacción.
Recuerdo una escena en el campo de refugiados de Namibia cuando luego de 27 años terminó la guerra de Angola y comenzó la repatriación. Mientras la gente subía a los autobuses que los llevarían al aeropuerto para tomar el vuelo a Angola, las lágrimas corrían por sus rostros mientras comentaban: «Nunca pensamos que regresaríamos a casa». Llamando así a un país destruido y, para algunos nacidos en el exilio, jamás visto. Poco después del 11 de septiembre, me dirigía al aeropuerto para tomar un vuelo de regreso a Filadelfia cuando una mujer, refugiada de Ruanda, me preguntó si tenía miedo. Antes de que pudiera responderle, dijo: «Oh, no. Te vas a casa».
¿Qué podemos hacer para albergar a las personas sin un techo y darles un lugar al que llamar casa? Rezar por ellos y por las personas que intentan resolver el problema con ayuda material y con la promoción de reformas políticas y sociales son los lugares por donde hay que comenzar. La oración y la reflexión sobre los problemas de las personas sin un techo pueden conducirnos a la acción. La huida a Egipto (Mt 2, 13-23) es un lugar al que acudo cuando rezo por las personas sin un techo. Me reconforta recordar que Jesús era tan plenamente humano que él y su familia se vieron obligados a huir de su casa y vivir como refugiados en Egipto. Dios conoce el sufrimiento de las personas sin un techo.
¿Qué acciones puedo tomar? Este es el tiempo de Cuaresma. Se nos llama a la caridad. Podemos pensar en contribuir a las agencias que trabajan con las personas sin un techo compartiendo nuestro tiempo, talentos y tesoros. Podemos apoyar la promoción de reformas políticas que contribuyan a una vivienda más asequible, salarios dignos, acceso a guarderías infantiles, mayor financiación para la educación, la salud mental y el tratamiento de adicciones. La oficina de Justicia del Instituto nos alerta sobre las acciones relativas a todas estas cuestiones. Podemos hacerlo. Hacen que sea fácil. Es posible que tengas tus propias ideas de acciones para acabar con la falta de vivienda.
Desgraciadamente, las soluciones a la falta de vivienda causada por la guerra parecen aún más difíciles. Recemos por la paz y pidámosle a Dios que ilumine los corazones de líderes mundiales.
Que todos trabajemos para acabar con el sufrimiento de las personas sin un techo. Que Dios les alivie su carga.