Por Abigail McDonald, Asociada de la Misericordia
Mientras crecía en Guyana me consideraba guyanesa y católica. Ser negra y mujer estaba atestado de demasiados estereotipos que no supe cómo lidiar. Aun así, no podía evadir cómo mi piel negra impactaba todas las facetas de mi vida. El colorismo existe en muchas familias negras, ya sea de manera manifiesta o encubierta; la mía no era diferente.
Mi hermana, dos años mayor que yo, tenía la piel más clara que la mía y gozaba de privilegios que yo carecía. Tenía amigos adinerados con carros lujosos y era invitada a lugares no típicos para una familia de nuestro nivel socioeconómico. Su popularidad centelló una luz sobre nuestra familia que quizás influyó la manera en que mis padres la criaron. No recuerdo alguna vez durante mi niñez o adolescencia que me dijeran que yo era hermosa. Por lo contrario, mi hermana se deleitaba de su belleza. Tenía un poder que nadie más se atrevía a ejercer, y nosotros estábamos entrenados a complacer sus demandas. Cuando terminó su secundaria, obtuvo inmediatamente un trabajo bien remunerado, un claro contraste a mi experiencia después de mi graduación. Creo que de muchas maneras eso influyó mi prematura decisión de no seguir una carrera universitaria, aunque fue una decisión equivocada, me volví emprendedora. Para mí, eran demasiadas cosas que se dejaban al azar, en especial durante el aumento de la división racial que plagaba al país.
Tradicionalmente, los guyaneses votan según criterios raciales, y como los ciudadanos son orientados por los líderes, el mercado laboral que desfavorecía a las personas negras era el efecto de una estructura de gobierno divisivo. Cuando dejé la escuela secundaria, al igual que hoy en día, el sector privado y público estaba dirigido principalmente por directores generales y decisores de las Indias Orientales al mando. Como no quería que lo negro en mí fuera un impedimento para mi habilidad de proveer por mí y mis padres, elaboré un mundo ilusorio del que vivir. Por lo general, funcionó, pero en algunas ocasiones sentí un toque en mi hombro que me hacía recordar lo que era ser una persona negra que vive en Guyana.
Viví a través de la toma de los cuerpos negros en manos del Escuadrón Fantasma, el Escuadrón de la Muerte, y el Cuerpo Policial Vestido de Negro durante los asesinatos extrajudiciales de 2002. Escuché todas las justificaciones habidas y por haber para acabar con la vida de mis hermanos negros, «Era traficante de drogas», «Era un ladrón», «Era un holgazán». Conozco muy bien la fragilidad del cuerpo negro. En cualquier momento puede ser aniquilado y escrito como una historia de destrucción personal.
Vivir en la intersección del racismo y el sexismo es agotador. Tras la juramentación del presidente Irfaan Ali en agosto de 2020, un período de altas tensiones raciales, la ex ministra del Ministerio de Recursos Naturales, Simona Broomes, fue comparada con todo lo infrahumano mientras protestaba por la entrada ilegal de una persona en su casa. Se refirieron a Broomes como mona, perra, cerda y otros nombres muy crueles para repetirlos. En Guyana y en todo el mundo, es claro que la imagen de una mujer con poder es algo difícil de soportar, en especial de una mujer negra.
Al reflexionar sobre mis experiencias de niña y mujer en la Iglesia, comprendo que estaba maravillada. La vida y la dignidad, la igualdad y la libertad son valores que la Iglesia suponía defender. Durante la mayor parte de mi vida, entendí que la Iglesia estaba comprometida en honrar estos valores. Entonces participé con gusto; después de todo, era noble y creo que es lo que Dios desea para la humanidad. Sin embargo, cuando emigré a los Estados Unidos en 2014 y ya no podía escapar del color de mi piel, empecé a descomprimir mi identidad católica. Hoy, encuentro que muchos valores católicos son profundamente paternalistas. No puedes hablar solo del racismo; tienes que caminar con los oprimidos, y, francamente, algunos de los debates que he escuchado parecen ser de personas blancas tratando de reconfortar a personas blancas. Aún tengo que ver que la Iglesia tome una posición pública sobre la supremacía blanca y clame desde la azotea: «Las vidas de los negros importan». Aún tengo que escuchar una homilía que examine el racismo y la complicidad de la Iglesia en la perpetuación del racismo. Personalmente, me he sentido marginada en mi preferencia por la música de culto. La primera vez que expresé mi amor por el evangelio de los negros y la música espiritual negra, me dijeron que era pentecostal, no católica. Para mí, la música es cultura. Ya que la Iglesia ha sido históricamente constituida de personas blancas, la música ha sido formada por ese grupo cultural. Así que, decirle a uno que el evangelio de los negros y la música espiritual negra no son católicos, es similar a decirle a alguien que ser negro no es católico.
La raza es un tema difícil de abordar. Nos hace sentir incómodas, sin embargo, la raza define en gran parte cómo experimentamos el mundo. Hoy, me doy cuenta cuan imperativa es, identificarme con todas mis facetas que determinan quien soy. No puedo pensar en un mejor momento que el presente para decir: «Sin disculpas, soy guyanesa, negra y católica. Me comprometo a participar en cada lugar que ocupe, convencida de estas tres identidades».