Por Rowshan Nemazee, Asociada de la Misericordia
Mientras el otoño cambia su vestido de vibrantes hojas a desnudas ramas
mi mente se aleja del vigor y viaja a lo profundo,
va de lo externo a lo interno.
Este es un anticipo de la espera,
el preámbulo de la llegada,
tiempo de ser iluminada por la expectación
y de ser llevada a un cálido afecto.
Sin embargo, el temido virus covid aún persiste,
sólo que ahora, sus objetivos son nuestros hijos.
Este día, me siento en comunión con las madres de todo el mundo
y sus temores a la enfermedad y a la pérdida,
con la devastación de su pena y su dolor.
Por encima de todo, mi corazón está con las mujeres migrantes
que huyen de la pobreza, el abuso y la muerte,
buscando la manera de alimentar, vestir y dar cobijo a sus hijos,
nacidos y no nacidos, mientras viajan por
azarosos terrenos tratando de alcanzar un lugar seguro,
una tierra donde puedan trabajar y prosperar.
Al llegar, trágicamente, son recibidos con
aislamiento, rechazo y discriminación.
Siento la palpitación de sus corazones en el mío,
nunca enjuiciándolas, sino con amor,
con esperanza compartida.
Ellas anhelan una oportunidad de normalidad:
física, espiritual y económica.
¿Qué hay entre el anhelo y su realización,
entre la esclavitud y la libertad?
¿A qué nos disponemos a renunciar para ayudar?
La nueva vida llega a nuestro país todos los días, pero se degrada, se rechaza,
se boicotea y mal se recibe.
Nuestro gobierno socava
estas almas de las maneras más injustas.
¿Qué es lo que nos llama a adoptar las palabras de compasión y de activismo?
¿Cómo encontramos la posibilidad de rectificar esto?
A veces, para empoderarnos,
necesitamos recurrir al alimento espiritual
para luchar y aliviar el dolor
impuesto a estas mujeres y a sus hijos.
En tiempos de necesidad, como madre, María
ha sido mi refugio.
Así, llego a este momento con más claridad
a través de «La Anunciación» de Fra Lippi,
donde una joven María dirige su rostro,
con asombro y asentimiento,
no hacia Gabriel, sino hacia la paloma.
Es un momento de despertar,
de suavidad y madurez,
lleno del gentil ardor de la esperanza materna.
Observa con deleite cómo la mano de Dios
envía delicados rocíos de oro
que giran en espirales anunciando
la presencia de la paloma,
el Espíritu Santo,
quien, a su vez, baña a María.
El cuerpo de María también responde con una
cascada de oro que emana de su vestido.
¿Qué está pensando? ¿Adónde irá?
¿Qué hará?
Como nos dice Lucas más adelante: ella atesora y medita
muchas palabras en su corazón (Lc. 2,19).
«Aquí estoy, … hágase en mí según tu palabra» (Mt. 1,38).
Conmocionada y asustada por este cambio en su vida
María emprende lo que resultará ser un viaje peligroso
por su hijo amado.
La fe y la esperanza le dan la fuerza para seguir adelante.
Es una esperanza llena de alegría
–lo digo en voz baja, como hay que hacerlo
para empaparse de los impresionantes fuertes y diminuendos
de la vida–
para permitirles ir a donde sea que vayan los sonidos
cuando ya no son audibles.
La esperanza no viene de la nada;
la esperanza es un santuario liminar.
Lo veo en las giratorias espirales de Lippi,
de delicados círculos dorados
que guardan en su interior todo el amor,
al igual que la aceptación de María
contiene las notas de la nueva vida que crece dentro suyo.
Todo lo que vino antes de ese momento de reconocimiento mutuo
es ahora parte de ella.
Ella comprende.
Ahora tiene una vida con un nuevo sentido
que resucita en este día.
Ahora, la prisa, la frustración y las acciones para ayudar a los migrantes
adquieren una nueva energía.
Hoy, a través de María,
veo prismas de Luz… a través de las lágrimas de las madres;
que lloran por el pasado que modelaría la forma de su vida;
levantándose con los que creían perdidos.
La esperanza tiene pasado, presente y futuro.
Nada se borra en la anticipación,
pero todo se sostiene de manera diferente;
todo tiene una nueva profundidad.
Hay una forma giroscópica que nos permite buscar la equidad
una nueva esperanza y una nueva fuerza a través de María.
Ella trae consigo una alegría que se toca.
La esperanza no es estéril.
No aparta la mirada.
Contiene las dudas y las preguntas,
toda la euforia y las convicciones, tanto las antiguas como las nuevas.
Surge de todos nuestros secretos
y traiciones.
Habla del colorido de la existencia.
Pone al descubierto nuestras almas y las ilumina
para que también nosotras, en cada momento de oscuridad,
recordemos de nuevo, para ser íntegras y enriquecer a los demás.
Cuando la vida se tambalea en nuestros caminos, cuando esa vida está atada por la injusticia
se nos llama a liberarla.
Nosotras, las hermanas de María, debemos acoger toda la vida,
darle alas
y liberarla.
Para su deleite, una canción de Navidad