Por la Hermana Victoria Incrivaglia
Hace poco tiempo visité el Centro de Conservación de la Naturaleza de Powder Valley en Kirkwood, Missouri con el propósito de hacer una caminata por uno de sus senderos naturales. Las hojas han empezado a cambiar, y quería ver y tomar fotografías de los colores que exhiben. La estación otoñal nos recuerda los cambios en la vida y también que estamos cerca del Día de Acción de Gracias, una época en la que nos reunimos para compartir y dar gracias. Al encuadrar las imágenes que esperaba incluir en mis fotos, vi más de lo que esperaba. Esas realidades me hicieron detenerme y reflexionar a la luz de la festividad que se aproxima, sobre la vida durante los últimos 18 meses de cierres y cuarentenas debido a la pandemia de COVID-19.
Este proceso de reflexión acerca de las imágenes aumenta la conciencia y la imaginación. Hay una quietud que invita a entrar en el silencio sagrado. En la primera foto nos rodean el misterio de los cambios de color, la belleza y la vida misma. Los factores ambientales y el clima influyen en las transformaciones que sufren las hojas; el color otoñal de los árboles es efecto de la inactividad, del proceso de apagado temporal para conservar los recursos durante el frío invierno. He aprendido que un árbol estresado empezará a aletargarse antes de las fechas previstas para el otoño.
Esta festividad de Acción de Gracias que se aproxima será recibida con nuevos significados de gratitud. Los muchos meses de cierre durante la pandemia nos han traído a todos estrés financiero, emocional y espiritual. El otoño nos enseña que estamos en espera. El otoño es rico en metáforas: días más cortos, predominio de la oscuridad, árboles que permiten que sus hojas caigan con la promesa de una nueva vida. Como Hermanas de la Misericordia, nos esforzamos por equilibrar nuestro hacer con el ser.
Pedí a algunas compañeras pertenecientes a la comunidad que reflexionaran sobre sus experiencias con el COVID-19, especialmente a quienes tuvieron que entrar en cuarentena y aislamiento. Una de ellas manifestó su necesidad de recuperar el equilibrio. Había tenido la sensación de que se había bajado una cortina y no tenía idea de cuándo se levantaría ni de cuánto tiempo íbamos a estar todos en la oscuridad. Con el tiempo, descubrió que sus momentos de oración y reflexión eran más reales e intensos. Describió cómo este tipo de silencio y soledad parecía envolver la Tierra con un gigantesco manto de paz y quietud.
Una persona de la Comunidad de la Visitación que vive en la Residencia de Catalina, el centro de jubiladas de St. Louis, Missouri describió el aislamiento como algo similar a los primeros 15 años de estar en su monasterio de clausura antes de los cambios dentro de su Comunidad; le parecía un largo retiro en silencio. Cuando su prueba de COVID-19 dio positivo, experimentó sentimientos de miedo por lo que pudiera pasar. Su curación le trajo alivio y gratitud.
Otras habitantes de la Residencia de Catalina describieron la experiencia como constrictiva, de soledad, de confinamiento solitario, desafiante. Las comidas llegaban con un portador humano, se saludaba con la mano a las vecinas del otro lado del pasillo y se veía el cambio continuo de las estaciones a través de la ventana. El tiempo también presentaba una faceta más profunda para la reflexión: ¿Quién soy? ¿En qué creo? La oración se convirtió en un ancla.
Estas realidades de tener un hogar, de estar bien alimentado y cuidado durante la pandemia, aportaron ideas, y la experiencia enfatizó nuestro estatus privilegiado. La vuelta a la rutina de reunirse para la Liturgia, las oraciones, las comidas y las reuniones sociales profundizó la gratitud de pertenecer a la Comunidad de la Misericordia.
La actividad durante el COVID-19 demostró la resistencia de nuestras compañeras. En ausencia de ruido, movimiento y caos, el silencio manifiesta la voz de Dios que nos llama cada día.
Robert Sardello, en su libro Silence: The Mystery of Wholeness, escribe:
«El silencio es el portador de la plenitud que buscamos mientras no sabemos exactamente lo que buscamos. Está a nuestro alrededor y en nuestro interior. Llega a las profundidades del alma y a los confines del cosmos y las une continuamente en el lugar central de nuestro corazón. Aquí descubrimos el poder de la re-creación».
Al reunirnos en la celebración del Día de Acción de Gracias, recordamos que los árboles se han adormecido, que ha habido una lucha mundial por la supervivencia bajo la pandemia del COVID-19, y que cada persona forma parte de este caminar que cambia la vida. Llegamos a comprender más profundamente la manera en la que Dios está presente en el ruido y en el silencio de nuestro ser.
Fotos de Hermana Victoria Incrivaglia