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Recuerdo de la muerte de Catalina McAuley

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Por la Hermana Sheila Carney

Por mucho tiempo ha sido una costumbre en nuestra Iglesia pasar un tiempo el Viernes Santo meditando y recibiendo instrucción de lo que llamamos las siete últimas palabras de Cristo. Quizá hoy, mientras conmemoramos la muerte de Catalina McAuley, podamos oír otra vez algunos de los mensajes finales de Catalina y, desde esta distancia de 180 años, hallar la sabiduría que nos brindan hoy.

La reflexión sobre estas últimas palabras revela varios temas. La primera es la inquietud que tenía por quienes la rodeaban, empezando por su médico. «Bueno doctor, la escena está llegando a su fin», le dijo con su calma usual al recibirlo, para evitarle la torpeza de tener que decirle que ya no había esperanzas de recuperación. El padre Mahler, que le había causado tanta angustia y sufrimiento, fue recibido con la petición de que la perdonara por alguna forma en que ella pudiera haberlo ofendido.

Durante todo el día, sus palabras a las hermanas estuvieron llenas de consuelo. Escúchala decirle a Camillus Byrne, a quien ella había criado: «Dame un beso, corazón y luego vete, pero no llores. Te veré otra vez». Y a Gertrude Jones, una de las pocas hermanas mayores de la comunidad cuya propia muerte no podría estar muy lejana: «No tengas miedo de morir. Nunca pensé que la muerte sería tan dulce». Estos son ejemplos del amor que, incluso mientras agonizaba, la concentró en los demás.

Ella habló también del futuro del Instituto. Cuando Fanny Gibson exclamó que ellas no podían seguir sin ella, respondió: «Si la Orden es obra mía, cuanto antes caiga al suelo, mejor; si es obra de Dios, no necesita a nadie». A todas las reunidas a su alrededor y también a nosotras, ella prometió: «Preservar la unión y la paz». Hagan esto y su felicidad será tan grande que las hará maravillarse. Mi legado al Instituto es la caridad». Al principio del día ella había confirmado su testamento, pero se trataba de un legado adicional, intangible y precioso.

Finalmente, están esas palabras que revelan la gracia y la asombrosa compostura y la paz del alma que exhibió en sus últimas horas. A Elizabeth Moore mientras subía su voz al dirigir las oraciones por los moribundos: «No hay necesidad, querida, oigo claramente». Y repetidamente a lo largo del día, «Oh, si esto es la muerte, es realmente fácil. El Todopoderoso me ha salvado de mucho». El hecho de que pudo sostener una vela encendida hasta una hora de su muerte es otro indicio de su claridad y su calma.

Las palabras de Catalina nos revelan que, en este último día de su vida en la tierra, el enfoque de su corazón permaneció constante: descansando en su inquebrantable confianza en un Dios Providente y abrazando con amor y compasión a su familia, sus hermanas y sus asociadas y asociados.

Habrán notado que, hasta ahora, he omitido las que quizás sean las palabras finales de Catalina que se repiten con más frecuencia: el pedido de que se les dé a las hermanas una buena taza de té cuando ella se hubiera ido. Este gesto de olvido de sí misma y de preocupación maternal por quienes habían estado velando con ella se ha convertido en un elemento central de nuestra comprensión del espíritu hospitalario de Catalina y nos ha ayudado, a lo largo de los años, a presentar a otros su generoso corazón. Y ya que es un símbolo tan poderoso y evocador, es importante que nos detengamos en él y analicemos su significado más profundo.

Las palabras de Catalina a Teresa Carton fueron: «Ahora, temiendo que yo pueda volver a olvidarlo, ¿les dirás a las hermanas que se sirvan una buena taza de té? –Creo que el salón comunitario sería un buen lugar– cuando me haya ido y para que se consuelen unas a otras. Pero Dios las consolará». «Creo que la sala comunitaria sería un buen lugar».

Estas palabras me han desconcertado por mucho tiempo. ¿Por qué una mujer que se estaba muriendo de tuberculosis, que antes había pedido que su cama se moviera al centro de la habitación para que pudiera respirar más, por qué gastaría ese precioso aire diciéndoles a las hermanas dónde tomar el té? ¿Por qué Catalina, que había involucrado con tanto cuidado a sus compañeras en las importantes decisiones sobre su vida en común y que recientemente se había negado a nombrar a su sucesora ya que sabía que ellas tenían derecho a hacerlo, por qué interferiría ella en su decisión sobre dónde beber su té? ¿Por qué desperdiciaría ella su precioso aliento a menos que esto fuera importante, simbólicamente importante?

El lugar esperado para que la comunidad se reuniera habría sido el comedor probablemente. Pero en esa era de la vida religiosa, el comedor representaba un lugar de silencio y Catalina sabía que la disciplina del silencio no sería lo que ellas necesitaban. No – ella las envió a la sala comunitaria – el lugar donde les había enseñado a ser hermanas entre sí. Les enseñó a ser religiosas, sí, pero primero les enseñó a ser hermanas. Este fue el lugar donde juntas tomaron decisiones que cambiaron sus vidas; donde todas reían y jugaban juntas y donde, según sus palabras, «no había ni una sola alma fría o dura»; este era el lugar donde habían compartido una intimidad más familiar que la que habían experimentado en casa.

Catalina sabía que su muerte sería la experiencia más dolorosa que jamás compartirían, por lo que las envió a la sala comunitaria para consolarse mutuamente porque haber permitido que cada una se hundiera en su dolor personal habría sido algo peligroso. Este era el momento en que el corazón del Instituto pasaría de ella a ellas y tenían que estar juntas para abrazar, como una, este nuevo papel y esta nueva comprensión. Y ella les hizo una promesa: consuélense unas a otras y Dios las consolará a ustedes. Ella había dicho antes que, si vivían en unidad y paz, su felicidad sería tan grande que les causaría maravilla. Y aquí es donde empezaría. En la sala comunitaria.

De modo que el mensaje de la taza de té es profundo. Es sacramental, por así decirlo, de nuestra vida juntas. En él, Catalina nos pide que seamos hermanas unas a otras y que confiemos en que, cuando nos volvemos a unas y otras en momentos de alegría y dolor, en tiempos de confusión y cambio, encontraremos a Dios en esa interacción. Y ella misma también, creo yo. Así que debemos usar este símbolo con cuidado porque, además de todos los otros significados que le hemos dado, es la llamada final de Catalina a una hermandad amorosa y generosa entre nosotras.