Oh Dios, en tus manos encomiendo mi espíritu. A ti abandono mis esperanzas y temores, mis deseos y repugnancia, mis perspectivas temporales y eternas.
A ti encomiendo las necesidades de mi cuerpo;
A ti encomiendo los intereses más preciosos de mi espíritu inmortal…
Aunque mis faltas sean muchas, mis miserias grandes, mi pobreza espiritual extrema, mi esperanza en ti lo sobrepasa todo. Es superior a mi debilidad, más grande que mis dificultades, más fuerte que la muerte.
Aunque me asalte la tentación, esperaré en ti. Aunque me hunda en mi debilidad, todavía esperaré en ti.
Aunque rompa mis resoluciones, te buscaré con confianza buscando la gracia para cumplirlas hasta el final…
En ti confío porque eres mi Padre, mi Dios…
Soy tu hija amorosa que puso su confianza en ti, y por eso, confiando no seré confundida.