Por la Hermana Brenda Whelan
La cruz bajo la que nos reunimos durante estos próximos días y semanas es la cruz donde aprendemos a amar, donde aprendemos a dejarnos amar.
Esta cruz es una cruz de condena… la cruz donde podemos condenar o ser condenados por el color o la raza, la adicción o la identidad sexual. Bajo esta cruz podemos aprender a amar al que es otro y aceptarnos como otros.
Esta cruz es la de la aceptación… la aceptación de las cruces: la cruz del COVID, del miedo y la preocupación, la duda y la incertidumbre, la cruz del aislamiento. Debajo de esta cruz podemos aprender a amar a aquellos que llevan cruces y aprender que está bien tener la nuestra.
Esta cruz es la de caer y levantarse y volver a caer. Bajo esta cruz aprendemos a ayudar al otro a levantarse, a ser su fuerza, su razón para creer en el amor. Es la cruz donde podemos aceptar una mano tendida y dejarnos amar.
Esta cruz es una en la que podemos reconocer en los ojos del otro el dolor que ha soportado. Bajo esta cruz podemos aprender a amar al otro lo suficiente como para estar con él y amarnos a nosotros mismos lo suficiente como para dejar que el otro esté con nosotros.
Esta cruz es una en la que podemos llorar abiertamente por los que carecen de recursos, de las necesidades básicas de la vida… los que carecen de vivienda o alimentos, los que son acosados o excluidos. Bajo esta cruz podemos aprender a amar y a cuidar a todos los pueblos, y podemos permitirnos aceptar la ayuda que podamos necesitar.
Bajo esta cruz podemos aprender a amar… sólo si podemos aprender a dejarnos amar también.
La eternidad del amor de Dios nos promete a cada uno de nosotros que alguien estará a nuestro lado en nuestras horas más oscuras, en nuestra Cuaresma…
En nuestra resurrección, eso vendrá… si estamos dispuestas/os a estar bajo la cruz y aprender a amar y a dejarnos amar.