Encontrar el camino hacia El Camino: Felices quienes tienen un corazón limpio
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Para Cuaresma este año hemos pedido a ocho hermanas y asociadas/asociados que reflexionen en las Bienaventuranzas y el modo en que podemos incorporar cada una en nuestro caminar personal de Cuaresma. Habrá más reflexiones publicadas el Miércoles de Ceniza, Domingo de Ramos, Jueves Santo y Pascua.
Por Avis Clendenen, asociada de la Misericordia
Una de las predicadoras más conocidas en nuestro mundo de hoy, la Rvda. Dra. Barbara Brown Taylor, ofrece una elegante paráfrasis del Sermón de la Montaña. Ella da su versión de la sexta Bienaventuranza: «Felices quienes tienen un corazón limpio, porque verán a Dios» como «Felices quienes tienen un corazón íntegro, porque verán a Dios». (Always a Guest: Speaking of Faith Far from Home)
En realidad, una traducción estricta más original del texto diría: «Felices quienes no tienen un alma doble, porque verán a Dios». Estar limpio de corazón en el mundo antiguo era ser alguien que resolvía con éxito las fuerzas de oposición en su interior. En el mundo antiguo, la relación del corazón con el alma era lo que hoy consideraríamos del cerebro con los nervios. El corazón (cerebro) le decía al alma (centro nervioso) qué hacer. El mensaje, transmitido fisiológicamente, resultaba en acciones humanas que eran coherentes con el mensaje. Esforzarse por ser una persona limpia de corazón era ser una persona que se movía en una sola dirección, sin doblez. Todo nuestro ser, todo nuestro corazón, era congruente, integrado, actuando con integridad. Otros pueden contar con que tal persona sea constantemente quien dice ser (1 Tim. 6, 14) y no solo por ella misma, sino por ese atractivo más grande de Aquel en quien vivimos, nos movemos y existimos (Hechos 17, 28).
La Rvda. Brown Taylor sugiere que las Bienaventuranzas son lo más parecido a los requisitos de afiliación en la vida cristiana. Y son requisitos pesados, aunque caemos presa de adormecernos escuchándolos, tanto que los conocemos. O eso creemos. Como forma literaria, las Bienaventuranzas son afirmaciones cortas en dos partes que resumen una buena vida. Para los cristianos, sirven como señales para seguir el camino hacia el Camino. («El Camino» fue el término utilizado por primera vez por los seguidores de Jesús). Es comprensible que deseemos que llegue la segunda mitad de la oración sin las pretensiones de la primera. En el caso de la sexta bienaventuranza, queremos ver a Dios e impedir el compromiso con las afirmaciones de tratar con nuestra propia alma doble o los fracasos en tener un corazón entero. Al mismo tiempo, sabemos, como habrían sabido en el tiempo de Jesús, que la única manera de heredar la segunda parte de la bienaventuranza es abrazar la primera. Como se mencionó, el oído antiguo al escuchar el sermón sabría que Jesús no está exigiendo algo, sino simplemente diciendo a sus oyentes el camino que los llevará al Camino.
Entonces, ¿qué hay en el camino? Incluso hace milenios, los antiguos sabían que la condición humana lucha con el yo inauténtico o, como diría el apóstol Pablo, con el ser atrapada en las trampas del espíritu falso. Los marcadores de la manifestación del yo falso que surgen al seguir al espíritu falso se resumen en la Carta de Pablo a los Gálatas: «Las acciones que proceden de los bajos instintos son manifiestas: fornicación, indecencia, libertinaje, idolatría, superstición, enemistades, peleas, envidia, cólera, ambición, discordias, sectarismos, celos, borracheras, comilonas y cosas semejantes» (Gálatas 5, 19–21). Ceder a estos señuelos crea la dinámica del alma doble, aquello que interfiere con un yo de corazón íntegro que la Bienaventuranza alienta como el camino para ver a Dios.
No se puede vivir una vida auténticamente íntegra cuando la principal tarea diaria de uno es inflar y mantener el propio ego que puede ser tan sutil como la forma en que disfrazamos nuestra ambición personal o nuestra autopromoción con una máscara de persona servicial. Estar auténticamente limpio de corazón, verdaderamente con corazón íntegro, requiere el arduo trabajo de crecimiento en el autoconocimiento, la voluntad de participar en el verdadero discernimiento de los espíritus, sofocando las fuerzas de la duplicidad dentro de nuestra personalidad para llegar a la congruencia y vivir con dosis saludables de humildad.
La poetisa Mary Oliver ilumina la vida interior de «Felices quienes tienen un corazón íntegro, porque verán a Dios», en su poema «To Begin With, the Sweet Gras» (de Evidence, 2009):
Lo que amaba al principio, creo yo, era sobre todo a mí misma.
No importa que tuviera que hacerlo, ya que alguien tenía que hacerlo.
Eso fue hace muchos años.
Desde entonces he salido de mis confinamientos, aunque con dificultad.
Me refiero a los que se cree que gobiernan mi corazón.
Los eché fuera; Los puse en el montón de basura.
Serán alimento de alguna manera
(todo es alimento de alguna manera u otra).
Y me hice hija de las nubes y de la esperanza.
Me hice amiga del enemigo, fuera quien fuera.
Me he vuelto mayor y, apreciando lo que he aprendido, me he vuelto más joven.
¿Y qué me arriesgo a decirte esto, que es todo lo que sé?
Ámate a ti misma/o. Luego olvídalo. Después, ama al mundo.
Felices quienes, durante el caminar de estos 40 días, verdaderamente adquieran un corazón más íntegro, porque a través de esas personas el resto podremos ver a Dios.