Por la Hermana Rose Weidenbenner
En el Valle del Río Grande, que está tan al Sur como puedas conducir en Texas antes de llegar a México, la gente se ha acostumbrado a esperar en filas, largas filas.
Cuando por primera vez estuvieron disponibles las pruebas de COVID-19, las personas acamparon en sus autos por horas, a menudo durante la noche, con la esperanza de recibir una de las 200 pruebas gratuitas que se ofrecían en varios lugares del condado. Aquellos que podían pagar US$150 por una prueba también terminaron esperando en largas filas para registrarse, solo para descubrir que tenían que esperar en otra larga fila para recibir la prueba. Finalmente, cuando el número de pruebas gratuitas aumentó a 5.000 por día, era común esperar en fila durante más de cuatro horas y luego ¡cada persona tenía que administrarse a sí misma la prueba incómoda!
A medida que empeoraba la pandemia, los canales de noticias locales mostraban imágenes inquietantes de residentes que esperaban en largas filas para recibir atención hospitalaria para ellos o para sus familiares. Conforme ascendían a cientos las muertes por COVID y luego a miles, los familiares se encontraron nuevamente soportando largas demoras mientras se preparaban a sus seres queridos para el entierro, y luego esperaron nuevamente para enterrarlos. A menudo tomaba meses procesar las muertes a través de las funerarias sobrecargadas.
Y luego comenzaron las filas para la comida. Semana tras semana, tras semana, la gente hacía una fila de autos que se extendía por kilómetros; en otras ocasiones, hacían filas en estacionamientos extremadamente calurosos para comprar suficiente comida con el fin de sobrevivir el día siguiente.
Y ahora que finalmente llegó la vacuna, una vez más los funcionarios del condado han pedido a los residentes que esperen. Solo que esta vez permanecen de pie por horas, primero en una fila y luego en otra. La primera fila es solo para registrarse y recibir una pulsera que los aprueba para la vacuna. Con la pulsera tienen la aprobación necesaria para volver al día siguiente para esperar en la segunda fila. Allí, esperan, con la esperanza de obtener una de las limitadas dosis. Cuando se agotan las dosis, el resto de los inscritos comienza la búsqueda de otra línea para volver a iniciar el proceso.
A mediados de febrero, se dijo a los residentes que se prepararan para dos tormentas invernales potencialmente devastadoras. Las familias que vivían en casas no aptas para duros inviernos soportaron temperaturas récord. Se destruyó la mayor parte de la vegetación y de las arboledas de frutas tan familiares en el sur de Texas, y tan esenciales para la economía local. Se continúan eliminando trabajos a medida que las hileras de los campos y acres de arboledas frutales se pudren por la helada. No hay filas de desempleo para trabajadores agrícolas.
Y luego las filas comenzaron de nuevo. Las familias que necesitaban comida iban a las tiendas de comestibles, a oscuras, para comprar lo que podían. Algunos recurrían a cadenas de comida rápida porque todavía tenían luz, pero incluso estas pronto se agotaron. Después de esperar en largas filas para hacer sus pedidos, hubo gente que no alcanzó de la comida para llevar incluso a poca distancia de llegar a la ventanilla. También se formaron filas para el agua embotellada porque las tuberías en los hogares y negocios estallaron por el frío. Cuando se les dijo que dejaran gotear el agua en los grifos para evitar que las tuberías se congelaran, muchos descubrieron que no tenían agua para gotear.
Y luego comenzaron las filas de la gasolina. Cuando algunas estaciones de servicio se quedaron sin luz, la gente esperó en sus autos, en filas, por cuadras, en las pocas estaciones que tuvieron bombas funcionando.
Ya sea que esperaran en filas para pruebas, vacunas, alimentos, agua, gasolina, gas propano, la gente en Texas ha esperado en fila tras fila, tras fila. Más de 42.000 han muerto a causa de COVID y millones han soportado un congelamiento sin precedentes. Hay ahora un dicho aquí: «2020 fue un infierno, pero en 2021 el infierno se congeló». Los políticos culpan señalando con el dedo, sin asumir nada. No logran inspirar o hacer que las cosas se muevan. No reconocen qué provocó estos desastres y no aprenden de ellos. En cambio, culpan a los molinos de viento.
Una fila donde los residentes no tendrán que intervenir es la fila de «a quién hay que culpar». La pesadilla burocrática de la pandemia y ahora la extinta red eléctrica de Texas continúan. Quizá la fila de mayor testimonio sea la de las tiendas de campaña de los solicitantes de asilo que esperan en la línea trazada entre Estados Unidos y México.