Por la Hermana Mary Haddad, presidenta y directora general de la Asociación Católica de la Salud
Sin duda, 2020 será recordado como el año de COVID-19, la mayor crisis de salud pública de nuestra vida. Con suerte, a medida que miremos hacia atrás en el año y lamentemos la pérdida de tantas personas, comenzaremos a tener una comprensión más profunda de que, independientemente de nuestra herencia racial o étnica, nuestras creencias religiosas o políticas o nuestro estado socioeconómico, todos estamos unidos en una experiencia compartida. COVID-19, aunque no sea otra cosa, ha servido como un vívido recordatorio de que nuestras vidas están profundamente conectadas y que somos interdependientes con toda la creación.
Como Hermanas de la Misericordia de las Américas, somos muy conscientes de cómo el coronavirus ha expuesto las muchas injusticias e inequidades que durante demasiado tiempo han plagado nuestros países. Sabemos que el COVID-19 ha afectado desproporcionadamente a personas de color, migrantes, personas sin hogar y ancianos frágiles. Como comunidad religiosa, hemos alzado nuestras voces en favor de los vulnerables y hemos pedido solidaridad y equidad en nuestra respuesta a esta pandemia mundial.
En la Asociación Católica de la Salud (Catholic Health Association, CHA por su sigla en inglés), me enorgullece que hayamos estado a la vanguardia del debate nacional sobre la distribución equitativa de las vacunas contra el COVID-19. En julio de 2020, emitimos nuestras Directrices «Equidad para las Vacunas y Principios Católicos para el Bien Común». Los principios básicos esbozados en el documento son que las vacunas deben ser seguras y probadas éticamente, científicamente eficaces, respetar la dignidad humana y distribuirse con prioridad a los que están en mayor riesgo. Después de la publicación de las directrices, se le pidió a la CHA que hiciera aportes al Marco de Distribución sobre COVID-19 de la Academia Nacional de Ciencias, que adoptó muchos de nuestros principios básicos. A medida que se está implementando la vacuna, estamos viendo que se está dando prioridad a cuidadores en primera línea y a las personas médicamente vulnerables, como a residentes de hogares de ancianos. Continuaremos abogando por la justicia distributiva en las próximas semanas y meses.
En mi papel en la CHA, he estado en contacto diario con líderes católicos de atención médica de todo el país y he escuchado de ellos sobre los muchos desafíos que ellos y sus colegas han enfrentado para cuidar a pacientes con COVID. También he oído historias inspiradoras sobre los muchos sacrificios que los cuidadores están haciendo por sus pacientes y seres queridos. La respuesta a la pandemia por parte de aquellas de nosotras que servimos en el cuidado de la salud y los servicios sociales católicos solo ha reafirmado nuestro compromiso con el tratamiento ético y equitativo de todas las personas mientras trabajamos para traer la sanidad de Cristo a nuestro mundo quebrantado.
Es por esta razón que comienzo 2021 con un sentido de esperanza. La historia de nuestra comunidad religiosa está repleta de historias de compromiso y sacrificio, ya que el cuidado compasivo se proporcionó indiscriminadamente en tiempos de gran necesidad. Hoy, continuamos esa misma misión para servir a las necesidades de las personas pobres y vulnerables al margen de la sociedad. Creemos que cada vida es sagrada, que todos comparten el bien común y que tenemos la responsabilidad de garantizar una opción preferencial para aquellos que son económicamente pobres y marginados. Al salir de esta crisis de salud global, tenemos una oportunidad única de volver a comprometer nuestras vidas con estos valores evangélicos.
Si bien hemos respondido al llamado de cuidar a los más pequeños entre nosotras durante este último año, tenemos mucho más que hacer en 2021. Que este nuevo año llene nuestro mundo con misericordia y compasión mientras luchamos por una transformación justa de todas nuestras comunidades.