Por la Hermana Anne Curtis
En mi reciente estancia en el Centro de Ecoespiritualidad de la Misericordia en Vermont, estuve dedicada a deshierbar el jardín. Encuentro que esos momentos conforman el espacio contemplativo perfecto para ordenar mis pensamientos en torno a la figura de Kateri Tekakwitha. Mi mente y mi corazón viajan a otros lugares mientras mis manos trabajan la tierra.
De ella sabía que creció en el oeste de Nueva York, pero debo admitir que no la conocía realmente. Kateri es la santa patrona de los nativos americanos y de las Primeras Naciones, el medio ambiente y la ecología integral. Mientras la recordamos en su fiesta del 14 de julio, me sobrecogen las muchas conexiones que hay entre su vida y lo que estamos experimentando en estos momentos.
A la edad de cuatro años Kateri fue la única de su familia inmediata en sobrevivir a una epidemia de viruela, aunque ésta dejó cicatrices en su rostro y su visión gravemente afectada, por lo que usó un manto para cubrir su cara el resto de su vida, que además fue muy corta pues murió a los 24 años. Sin embargo, las historias de su vida nos revelan a una mujer, que a pesar de su ceguera, fue capaz de «ver» y conocer profundamente.
En el siglo XVII la epidemia de viruela diezmó a casi el 90 por ciento de la población indígena de Norteamérica que no estaba inmunizada en contra de esta enfermedad traída a nuestro continente por los colonizadores. Hoy, de nuevo estamos viendo cómo nuestros hermanos y hermanas de color están sufriendo de forma desproporcionada los efectos de la pandemia del coronavirus. Factores sistémicos existentes desde antes de la pandemia, tanto sociales como económicos, incrementan el riesgo entre las comunidades de color de contraer el virus.
Como mujer, Kateri vivía con las expectativas respecto a su vida, que se casaría y criaría hijos. No obstante, desafió las costumbres y optó por no contraer matrimonio y centrar su vida en su fe y en el servicio a los demás. Sufrió por esa elección siendo condenada al ostracismo y tuvo que huir en busca de un lugar en el que pudiera vivir libremente su compromiso. Todavía hoy vemos que algunas mujeres encuentran barreras para servir a su sociedad y su Iglesia al mismo tiempo.
Kateri fue considerada una «Santa» que vivió su tiempo en oración. Solía ir al bosque para hablar con Dios y escuchar Su Voz en la voz de la naturaleza. Hoy más que nunca, dada la realidad del cambio climático, la degradación de los océanos y bosques, y la pérdida de muchas especies, debemos volver a la imagen de Kateri para que nos inspire y guíe. La cosmovisión de los pueblos indígenas encarna las relaciones construidas a partir de un profundo respeto, reciprocidad y responsabilidad por toda la creación. Es una postura de gratitud por la vida, por todo el mundo creado. La vida se vivía en conexión con los animales, los ríos, el cielo y los árboles. La Tierra era comprendida en beneficio de las personas y de la naturaleza, sin divisiones. Había una profunda unión con los ritmos de la naturaleza.
Mi tiempo en el jardín –espacio para escuchar, orar y cavilar en compañía de mi Hermana Kateri– me acerca más a su espíritu. Me siento inspirada y desafiada por su bravura como mujer, por el insondable compromiso con su fe. En esta época de pandemia global, de racismo expuesto y de sufrimiento de la propia Tierra, encuentro esperanza en esta mujer de Dios, mujer de la naturaleza.