Por Cate Kelly, , estudiante, Escuela Secundaria de la Misericordia, Omaha
Siempre he amado el planeta por lo que su atractivo natural me ha inspirado. En una era en la que los humanos comúnmente tienen la capacidad de dominar todas las demás formas de vida, es un alivio saber que no somos los gobernantes de todo, sino simplemente una de las muchas piezas de ajedrez. Hay un poder mayor que nosotros, algo que nunca conquistaremos, y es la naturaleza. Al crecer, lo experimenté con las olas del océano tan grandes que me tumbaron y con montañas tan altas que me hicieron maravillar de cómo alguien había llegado a la cima. Mi relación con la creación de Dios es de admiración, respeto y comodidad, y nunca me siento tan viva como cuando estoy interactuando con la Tierra.
Por eso el año pasado, cuando se publicaron los informes climáticos del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, siglas en inglés) de las Naciones Unidas, recuerdo haber sentido en mí una ola de aflicción, una sensación de pánico absoluto. Leí el informe científico mientras dejaba mi automóvil para que le cambiaran el aceite, y lloré durante todo el recorrido a casa cuando mi mamá me recogió. Me retiré bajo las colchas por el resto de la noche e imaginé mi futuro, imaginé cuánta destrucción ambiental estaba ocurriendo en ese instante y cuanto habría por venir. Me sentí completamente impotente y, sobre todo, sentí repugnancia e indignación. Necesitaba encauzar mis emociones en algo substancial, ya que no podía soportarlo más.
Esa misma noche envié un mensaje a otros organizadores de un sindicato de estudiantes al cual pertenecía. Compartí el artículo y solicité que formáramos un consejo climático, aun si estuviera formado sólo por una o dos personas, con el fin de prestar atención a estos asuntos e intentar cambiar la narrativa en nuestra comunidad. Las respuestas fueron rápidas y numerosas, y lo que inicialmente se originó en mi mente como una idea minúscula pronto se convirtió en una organización de justicia climática. Aunque nunca tuve la intención de que esto sucediera, no pretendí llegar a ser activista ni organizadora o líder de una organización, creo que fue parte del camino que Dios trazó para mí. Solo necesitaba el valor de empezar a caminarlo.
Nos formamos como una organización oficial dirigida por jóvenes llamada Estudiantes por la Sustentabilidad en febrero de 2019, y sólo siete meses después, organizamos la primera huelga climática de Omaha, con más de 300 asistentes. En esos siete meses, nos organizamos y asignamos nuestros roles dentro del grupo, realizamos una pequeña reunión por el Planeta para iniciar nuestra llamada a la acción, testificamos dos veces ante el Municipio de Omaha, y nos reunimos y hablamos con innumerables líderes comunitarios, funcionarios electos y otros jóvenes comprometidos en la sustentabilidad. Ha sido un camino extraordinario y agotador, que nunca hubiera imaginado. Ciertamente, no hubiera podido continuar esta lucha sin la oración y la guía de mi poder superior, así como sin la dirección espiritual frecuente.
A veces puede ser abrumador, y especialmente después de la huelga climática, me di cuenta de lo mucho que no me había estado cuidando. No comí por tres días antes del evento, demasiado ansiosa y ocupada como para tener apetito. Dormí inquieta y me retrasé en mis tareas escolares. Pero persistí, afirmándome que esta lucha no sólo era más grande que yo, sino que no había tiempo que perder. Realmente, no hay tiempo que perder, pero si he aprendido algo de la defensa, es que no se puede dar de una olla vacía. Estoy tan inspirada por Catalina McAuley y la perseverancia y dedicación que demostró durante su vida. A veces me pregunto cómo lo hizo todo ella, cómo nunca se rindió, sin importarle los obstáculos que se le presentaran. También estoy muy agradecida por el apoyo de mi escuela y a las Hermanas de la Misericordia por animarme a seguir luchando por la justicia y la acción climática.
Esta lucha por nuestro planeta es una lucha a largo plazo que requiere cambios estructurales masivos, desde cómo nos tratamos unos a otros y al planeta a nivel personal hasta cómo obtenemos energía y la suministramos a nuestros automóviles. No estoy segura dónde me llevará este camino o cómo continuará, pero sé que, al prestar atención a mi intuición, a mi corazón y a dónde Dios me llama, funcionará mucho mejor de lo que puedo imaginar.