Por Jeremy Dickey, Gerente de Comunicaciones
Si pides a una persona promedio de los Estados Unidos que te señale en el mapa dónde está Honduras, supongo que nueve de diez, él o ella, no sería capaz de localizarlo. Aunque Honduras es el segundo país más grande de Centroamérica, después de Nicaragua, todavía podría caber 170 veces en los Estados Unidos, y muchos estadounidenses saben muy poco al respecto. Mucho de lo que se comparte en nuestras noticias sobre Honduras es negativo y retratan al pueblo hondureño desde una perspectiva terrible. Escuchamos de pandillas. Escuchamos de caravanas. Pero los noticieros nunca se detienen a preguntar por qué suceden estas cosas o quiénes son las personas más afectadas.
Cuando me inscribí para participar toda una semana en la delegación de peregrinación a Honduras para analizar las causas fundamentales de esto, lo hice con poco conocimiento del país o de la gente que lo llama hogar.
En el primer día de nuestra peregrinación, el padre jesuita Ismael Moreno, comúnmente llamado «Padre Melo» nos preguntó: «¿A qué país vienen?». Esa pregunta se me quedó grabada e hice todo lo posible para usarla como la lente a través de la cual podía ver esta experiencia y todo lo que encontrara.
La respuesta sencilla, por supuesto, hubiera sido decir: «Honduras», ¿pero qué país es Honduras, y aún más importante, quién es su gente?
Honduras es un lugar que ha conocido grandes luchas. Plagado por un gran golpe de estado en 2009, la estabilidad es una noción que solo se puede soñar cuando se habla de su cuerpo gubernamental formal. Es un país usado y abusado por los Estados Unidos desde los años 70, y uno donde los fondos de apoyo monetario militarizaron las fuerzas de seguridad del gobierno, no la gente de su suelo que más lo necesitaba. En 2017, se tuvo una elección ilegítima que puso a personas poderosas que pensaban primero en sí mismas y en sus amigos ricos, y en segundo lugar, si acaso, en las personas comunes de Honduras.
Este es un país que ha visto cerca de 150 activistas y defensores de la tierra, como Berta Cáceres, asesinados por el gobierno desde el año 2009.
Este país está inundado de desigualdades. A las mujeres se las trata como de segunda clase, pero gracias a organizaciones como Tejedoras de Sueños y Foro de Mujeres, dirigidas por Asociadas de la Misericordia, realmente hacen que ellas se empiecen a dar cuenta de sus derechos y de su valor. Una mujer que conocí en el Foro de Mujeres dijo esto, que se quedó impreso en mi mente: «Antes, solía pedir permiso a mi esposo para salir de casa, ahora sé que tengo mis derechos y cuando salgo, sólo le digo que voy a salir».
Honduras es un país donde los trabajadores sufren para que personas en los Estados Unidos y en otros países más desarrollados puedan comprar bienes más baratos como el café, bananas y ropa. Los trabajadores en las maquiladoras, grandes fábricas, trabajan 11 horas diariamente o más, en condiciones peligrosas y les pagan muy poco. La naturaleza repetitiva de su trabajo hace que las lesiones sean más probables. Muchos de los trabajadores de la maquiladora son despedidos a los 35 años, porque son considerados ya viejos y de mucha responsabilidad laboral para la empresa.
Los hondureños que tienen un trabajo, aunque a menudo sea peligroso o injusto, son mucho más afortunados que aquellos que son incapaces de encontrar un trabajo. La pobreza, de las más extremas que he visto, se extiende por todo el país. Casi 70% de la población hondureña vive en la pobreza. Una de cada cinco personas sobrevive con menos de US$1.95 al día.
La gente sin medios está obligada a vivir en condiciones que nosotros, que siempre hemos vivido en circunstancias favorables, no podemos imaginar. Con tanto desempleo, es cada vez más probable el aumento de modos infames de ganarse la vida. Las pandillas, el tráfico de drogas y de personas son los problemas más graves que plagan al país y a su gente.
Por lo que es verdad que Honduras es un lugar con frecuencia difícil y complicado, pero incluso a través de toda esa dificultad, e incluso a través del triste panorama, es también un país lleno de esperanza inconmensurable.
Es el país donde la Hermana de la Misericordia Sandra cuida de niños con VIH-SIDA a través de su servicio en «Casa Corazón». Es donde la Hermana Theresa, SSND, dirige una casa para niños abandonados, huérfanos o que han sufrido abuso terrible. Es el lugar donde una mujer de nombre Silvia lleva «Paso a Paso», un centro comunitario en una de las colonias más peligrosas del país para que niños, mujeres y familias puedan tener un sentido de normalidad y aprender habilidades de por vida. Es un país donde las mujeres están aprendiendo a llevar la insignia del feminismo con orgullo y ser solidarias unas con otras para hacer valer sus derechos de igualdad. Es el país donde los defensores de la tierra se suben a las excavadoras — algunos cargando a sus bebés — para alentar a la gente a levantarse contra las fuerzas gubernamentales que están amenazando en desplazar a comunidades enteras. Y es el país donde «Radio Progreso», una pequeña estación radial activista, está ayudando a empoderar a la gente para que rechacen un gobierno injusto y desigual.
Honduras es un hermoso lugar. Es un país de selvas, ciudades, granjas, ríos y exuberante vida silvestre, y un país donde el agua se considera sagrada.
La próxima vez que escuches en las noticias sobre Honduras, y esta sea una historia de violencia y de caravanas y de inmigración forzada, te ruego que te detengas y recuerdes las otras historias, aquellas de dificultad y esperanza entrelazadas, las que he mencionado y las muchas otras que nunca conoceremos.
Los hondureños son gente increíble, un pueblo fuerte, un pueblo comprometido en reclamar y defender su tierra, y ésta es su vida. Este es el país al que he venido. Entendiendo primero que podemos realmente comprometernos con ellos mientras luchan por el cambio hondureño e insisten en hacerlo.
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