Por Jean Stokan
La «historia de la frontera» que conocemos no es la historia que nos cuenta el presidente de los Estados Unidos que advierte de una invasión de criminales, que envía soldados fuertemente armados para evitar el cruce de inmigrantes y lanzan gases lacrimógenos a mujeres y niños. Claro, la seguridad en la frontera es importante para prevenir que ingresen personas peligrosas, pero distorsionar esta realidad de la mayoría que cruza la frontera y tratarlos como criminales, es desaprensivo.
Culpar a las víctimas — aquellas que huyen del peligro — sin reconocer cómo las décadas de políticas fallidas de los Estados Unidos en los países del triángulo norte (Guatemala, Honduras y El Salvador) han contribuido a las condiciones de violencia y pobreza de las cuales huyen, representa incluso una mayor abdicación de responsabilidad moral de parte del gobierno de los Estados Unidos. Es una confrontación a la decencia.
Las políticas de libre comercio como NAFTA (Tratado de Libre Comercio de América del Norte) y CAFTA (Tratado de Libre Comercio entre Centroamérica y Estados Unidos) han arrastrado a cientos de miles de granjeros mexicanos y centroamericanos lejos de sus tierras, destruyendo economías locales a beneficio de agronegocios estadounidenses y han dejado a estos inmigrantes desesperados sin la capacidad de alimentar a sus hijos. El apoyo militar de los Estados Unidos a regímenes represores en Centroamérica desde los años 80 ha consolidado a las élites y aplastado a los movimientos sociales democráticos que buscan el cambio. En Honduras, actualmente el país con el mayor número de inmigrantes huyendo de la espiral de violencia, los Estados Unidos ofreció apoyo para el golpe de estado del 2009 y a los subsecuentes gobiernos corruptos. Esto ha contribuido a desmantelar el estado de derecho y a facultar abusos masivos a los derechos humanos que se cometen en casi total impunidad.
He liderado decenas de delegaciones de derechos humanos a estos países por más de 30 años, y he presenciado y tocado las heridas de las víctimas más vulnerables. En enero pasado, los delegados de la Misericordia en Honduras se arrodillaron a los pies de un padre joven, que se quedó paralítico y con daño cerebral en una silla de ruedas después de participar en una protesta pacífica; la policía militar hondureña lo atacó maliciosamente y mató a decenas más que protestaban el fraude electoral, mientras el apoyo financiero de los Estados Unidos seguía fluyendo en apoyo a las fuerzas de seguridad hondureñas. Escuchamos testimonios sobre pandillas confabuladas con la policía corrupta que venían a nuestro vecindario reclamando filas enteras de casas para los miembros de las pandillas, y advirtiendo a los residentes que regresarían para violar o matar a sus hijas jóvenes si no dejaban las casas para la medianoche. Yo tengo una hija de 20 años. ¿Qué padre de familia no huye para proteger a sus hijos de tal brutalidad?
Ahora, cuando estas familias llegan a la frontera de México con los Estados Unidos, huyendo por sus vidas, los Estados Unidos los recibe con muros, con alambres de púas afiladas y soldados que usan equipo antidisturbios gritando: «¿Cómo te atreves a venir a este país?». No se ve por ninguna parte un examen de conciencia nacional de cómo las políticas de gobierno de los Estados Unidos han contribuido históricamente a las mismas condiciones que han llevado a las personas a abandonar sus hogares solo con la ropa que lleva puesta.
No va a ser fácil resolver las crisis humanitarias en la frontera ni tampoco será rápido mejorar las condiciones que impulsan la inmigración hacia el norte. La respuesta no está en hacer que México retenga a quienes piden asilo hasta que sus peticiones sean procesadas, ni tampoco enviando más dólares a los proyectos humanitarios en Centroamérica mientras el contexto político general sigue siendo gravemente defectuoso. Los cambios son tan fundamentales que se requiere una profunda reflexión de los valores que guían el modelo que estructura las economías, el modo como saquean de sus recursos a los países en desarrollo, cómo se define el «interés nacional de los Estados Unidos» y la seguridad nacional, y lo que significa que TODO el pueblo de Dios sea tratado con dignidad.
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