Por la Hermana Megan Brown
Al principio era el Verbo,
y frente a Dios era el Verbo,
y el Verbo era Dios. (Juan 1, 1)
Estoy enamorada de las palabras, todo tipo de palabras, especialmente las palabras de Gerard Manley Hopkins, Jessica Powers, Emily Dickinson, William Butler Yeats y Mary Oliver. John Donne tiene un lugar y Shakespeare, por supuesto, así como también Thomas Merton, George Herbert y John O’Donohue. Rilke y Tennyson moran en este espacio, al igual que el lirismo del Cantar de los Cantares, Rumi, Hafiz, Annie Dillard y Diane Ackerman. Por supuesto santa Teresa, san Francisco y santa Clara me acompañan. Es, sin embargo, la poesía de los celtas que vive en lo más profundo de mí.
Desde que tengo memoria me ha fascinado la belleza de las palabras. Mis padres nos leían cada noche: cuentos de hadas, historia y poesía. Como niña en la primaria, me encantaba el estudio de la poesía. Como profesora de primaria, corta como esa carrera fue, me encantaba sonsacar palabras de mis estudiantes. Cuando enseñé a encarcelados en una de las prisiones en la ciudad de Filadelfia, publiqué poemas escritos por los hombres en mi clase de escritura creativa.
Mi amor por las palabras
Las palabras me vienen a la mente, entonan cantos en mi corazón y se dispersan a través de la pantalla de la computadora. Estoy siempre en deuda con «eliminar» y «retroceder» y todos los otros milagros realizados por las computadoras cada día, porque a veces las palabras se escapan y cobran vida propia. A veces, las palabras necesitan ser acorraladas y arreadas amorosamente en su lugar.
Las palabras son inteligentes. Son resbaladizas. Suben y caen, atormentan y se esquivan. Las palabras son pacientes. Vienen sólo en el momento adecuado y en el lugar correcto. No pueden, no serán, no se atreven de ser coaccionadas. Las palabras no sacrificarán la libertad.
En cuanto a mí, debo escribir. Debo tener un lápiz en mano. Los bolígrafos son muy difíciles de borrar. Debo tener cuadernos bien-gastados, vacíos y esperando para que nazca la palabra precisa en sus páginas.
La escritura da voz a la oración y a la misericordia
Para mí, la escritura da voz a la oración y, sobre todo, la escritura da voz a la misericordia. Hopkins lo dice tan bien en su magnífico poema, «El Naufragio de la Deutschland»: «Estamos envueltos con misericordia en nuestro alrededor como con aire». Merton hace eco de Hopkins «Misericordia dentro de la misericordia dentro de la misericordia». La Misericordia es un poema.
Gustave Flaubert comenta que «no hay una partícula de vida que no lleve poesía dentro de ella». A menudo me he preguntado cómo se aplicó su comentario a Auschwitz; Birkenau; Corea del Norte; Bahía de Guantánamo; Irán; Iraq; Charlottesville, Virginia; y áreas devastadas por desastres naturales. ¿Dónde está la poesía en esta[s] «partícula [s] de vida?».
Tal vez la poesía esté en la pregunta; quizás la poesía esté en las vidas de Etty Hillesum y Edith Stein. Tal vez la poesía esté en las vidas de los practicantes de islam, judaísmo y cristianismo. Quizás la poesía exista cuando uno de nosotros se atreva a tener esperanza contra las probabilidades imposibles; cada vez que uno de nosotros se una a otros «usos» y diga «no más al odio, la violencia y la venganza». Es posible que la poesía se sumerja en las aguas de la inundación para rescatar a las personas mayores en un asilo. Quizás la poesía resida en las pequeñas bondades diarias que nos extendemos mutuamente. Para quienes somos Misericordia, creo que la poesía se parece mucho a Jesús de Nazaret, a quien Jorgè Pagola llama el «poeta de la compasión de Dios».
La poesía permanece en las profundidades del corazón humano. Su expresión está en la elegancia de las matemáticas, la música y el arte. La poesía está en el corazón de Dios que se vislumbra a través de una mujer llamada Catalina McAuley, fundadora de las Hermanas de la Misericordia y encarnada en cada una de nosotras. No puedo no estar enamorada de las palabras (doble negativo intencionado). Ellas salen de mi página bailando y corren hacia horizontes en esas delgadas líneas y tiempos donde yo debo de esperar pacientemente para recibirlas.