Por Hermana Terry Kimingiri
Nací y crecí en Kenia y nunca pensé mucho en lo que significaba ser una mujer negra, ya que allá nos identificábamos más por antecedentes éticos o de tribu. Hace seis años, cuando me fui a Guyana, me di cuenta de que los guyaneses se definen por la raza. Hace dos años, cuando me mudé a los Estados Unidos, supe lo que significaba ser negra.
La identidad se articula en función al color de la piel del individuo. Las Hermanas y compañeras me tocaban el cabello y me preguntaban: «¿Cuánto tiempo tardas en hacer las trenzas? ¿Qué tipo de alimentos comen en África? Hablas muy bien el inglés, ¿dónde lo aprendiste?». Las historias que había escuchado sobre ser negro en otras partes del mundo, comenzaban a tener sentido.
Ser una mujer negra lo es todo para mí. Es quien soy. Es como voy por la vida. Es la manera en la que puedo vivir todavía con esperanza, que solo da sentido a la historia y la transforma. Vivir una vida espiritual auténtica requiere trabajo y poner atención. Según ha escrito el Papa Francisco, «Significa unirse al flujo de vida constante sin sucumbir a la derrota paralizante que solo ve el pasado como algo mejor. Es una urgencia de pensar en modos nuevos, ofrecer nuevas sugerencias y crear cosas nuevas, amasando la vida con la nueva levadura de ‘sinceridad y verdad’».
Es escuchar con los oídos de mi corazón, es decir, con sentimientos y emociones internos y externos. Esto guía el discernimiento de mis servicios y el modo como navego mis relaciones personales. Lo que me conecta con mis intereses y el conocimiento, las aventuras, la tutoría y la salud. Es intencional.
Hermana Mary Reynolds ha dicho, «Nuestro mundo es de valores cambiantes, de caos y confusión, de agitación y cambio acelerado. Los valores de la Misericordia no cambian en su esencia; pero su expresión cambiará y debe cambiar a través de contextos de acción. Ser una Hermana de la Misericordia es saber con seguridad que Dios me pide: ‘hacer justicia, amar con bondad y caminar con humildad’» con ella.
La Misericordia me llama a abrazar la diversidad, aprender cada día que la Misericordia debe expresarse en modos nuevos en relación a situaciones actuales en nuestra propia sociedad y en la sociedad global. Estoy rodeada de aquellos que aún anhelan «la palabra amable, la mirada dulce, la escucha paciente de los dolores». Es un llamado a servir.
Sé que, por el color de mi piel, no tengo el privilegio blanco, ni beneficios inmerecidos. Tengo que trabajar duro en la vida para ganar casi todo, incluyendo un sentido de pertenencia.
La fe es un don, enraizado en mi herencia africana, en cómo percibo y valoro la realidad, en mi estilo de expresarme y en mi modo de orar y contemplar lo divino. Mi experiencia de Dios es de Misterio. Siempre se me invita a conectarme con la mente de Cristo, que acoge la paradoja y conoce su verdadera identidad en Dios.
Como católica, me esfuerzo por vivir en una libertad creciente y en la autenticidad a través de esta profunda conciencia de mi ser y del ser de Dios.